Broncano y su Mojo Dojo Casa House
"La misma mierda, con otro número", así definía David Broncano La Revuelta, su programa de La 1. No puede haber una definición más precisa de la nueva versión de La Resistencia que llevaba años funcionando en Movistar+. El espectáculo que tiene el propósito de luchar contra El Hormiguero arrancó el lunes por la noche con un surtido de banderas españolas, –dos en la careta de presentación–, el bombo del Manolo para animar a la claca y unas buenas dosis de “lolololololo” como si fuera un partido de fútbol. La Revuelta es lo que era: el festival del machirulismo donde cuatro amigos se ríen las gracias unos a otros, manteniendo un espíritu niños que hace olor a crisis de los cuarenta –y de los cincuenta–. Los cuarenta son los nueve diecisiete en el entretenimiento televisivo, público y privado. La Revuelta es una especie de Mojo Dojo Casa House como la de Ken en la película de Barbie. Pañuelos atados a la cabeza, camperas, camisas de estilo caribeño, zapatillas para correr maratones y una decoración con rampoines decorativas que parecen compradas en el Wallapop. Las mujeres son la excepción y comparsa. Broncano y sus colegas se hablan a gritos la mayor parte del tiempo, hacen uso delejque más castizo y se lanzan bromitas internas para construir este tipo de banda exclusiva de gamberrets. Es una cuestión aspiracional. Buena parte de platea les ríe las gracias como si ansiaran formar parte del grupo.
Ahora bien, ese prodigio de la televisión que nos ha hecho creer que es La Revuelta es radio. Una vez más, puedes volver a ponerte de espaldas a la pantalla que no te pierdes nada. En El Hormiguero intentan que ocurran cosas. En La Revuelta se trata de construir un clima. El espectador parece que les importe más bien poco, porque el equipo va a lo suyo cultivando el teatrillo de la amistad. No invitaron a una celebridad de gran impacto por la primera emisión. Escogieron a Aitor Francesena, un campeón del mundo de surf invidente que se adaptó a la perfección al humor del equipo. David Broncano planteó un inicio que sirviera para rebatir con sarcasmo las críticas sobre los vínculos políticos y el coste del programa, intentando investigar los límites (y la resistencia) del medio y ponerlos a prueba. En TVE, chirría. Y confirma la degradación de la vocación de servicio público.
Mientras, en Antena 3, Pablo Motos afrontó el primer día de competición televisiva, con un servilismo extremo. Invitó a Victoria Federica, limpia del rey emérito e hija de la Infanta Elena. Fue en tanto que influencer, convirtiendo a la pequeña Borbón en una especie de amiga travieso, que pone petardos en los cigarrillos de los amigos. Es significativa la afición a la pólvora de la monarquía española. El día en que los informativos explicaban la noticia de la fundación que el rey Juan Carlos ha creado a Abu Dhabi para transferir la herencia a sus hijas, El Hormiguero lo celebraba soplando las velas con la Vic, el diminutivo que utilizaba Motos para exhibir su familiaridad con la corona. De la rivalidad entre ambos programas saldrá mucha audiencia, pero no podemos ser demasiado optimistas en la riqueza de contenidos.