Una historia brutal

En medio del panorama desolador de estrenos intrascendentes y torpes del 3Cat, hemos encontrado la excepción del verano: Megamix Brutal. La serie documental de tres capítulos es la producción más entretenida, trabajada y adictiva de la temporada. Nos descubre las interioridades de Max Music, la discográfica independiente de Barcelona que creó un imperio con la música dance. Tenían los mejores DJ de los noventa y sus recopilatorios de música disco batían récords de ventas. Máquina Total, Ibiza Mix, Caribe Mix y Currupipio Mix son la marca identitaria musical de una época. Impacta ahora ver cómo Bombazo Mix jugó de forma frívola y burlón con el atentado contra José María Aznar sin que esto generara ninguna polémica. La serie destapa las tramas más oscuras y grotescas que se esconden tras ese triunfo empresarial. Ricard Campoy, uno de los dos propietarios de Max Music, es el hilo conductor de la historia y nos cuenta cómo los proyectos con su socio y amigo Miquel Degà acabaron en una lucha fratricida.

Megamix Brutal comienza con la narración de Fernandisco, otra de las grandes voces de la tradición musical de la época. Se intenta así aportar el tono emocional a la serie, transportando al espectador a los sonidos y tendencias del momento. La propuesta (que también puede verse en la plataforma RTVE Play) es un retrato muy cuidadoso de la cultura popular de los noventa. Para los menos versados ​​en la música disco, la serie les transportará a un mundo inaudito donde, sin embargo, la banda sonora les resultará bastante familiar. Las historias son lo suficientemente increíbles como para despertar la curiosidad de los más inexpertos. Por otra parte, para quienes en aquella época frecuentaban el circuito de discotecas, supondrá el descubrimiento de la parte más sórdida del negocio.

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Megamix Brutal explica de forma hábil y amena la creación de una empresa de éxito para hablarnos, después, de las luchas de poder. Los ingredientes de thriller derivan en true crime a partir del momento en que la falta de escrúpulos de los personajes nos aboca a los escenarios del delito. Hay de todo: chantajes, sobornos, amenazas, secuestros y asesinos a sueldo. La serie, que quizás dilata en exceso la trama, cuenta con las voces de los protagonistas y sabe convertir la ausencia del socio Miquel Degà en un misterio que acaba formando parte del juego narrativo. El guión, pese al rigor, huye de la gravedad. Se aprovecha del ambiente canalla de la época para proporcionar un sentido del humor que es determinante en el buen resultado final. Las recreaciones son innovadoras porque hacen que el presente entre en las escenas del pasado, pidiendo a los protagonistas reales que vuelvan a participar en esos instantes vividos. La serie sabe activar sutilmente los mecanismos de la nostalgia en el punto justo. El guión mantiene un perfecto equilibrio entre la trama trepidante y la construcción de un panorama cultural. Una producción ambiciosa y bien hecha que demuestra que, cuando existe exigencia y calidad, el resultado es intergeneracional y no es necesario fragmentar la audiencia según el año de nacimiento.