Urge una pregunta parlamentaria en el Congreso
El grano en el culo que le ha salido a La 1 es purulento y doloroso. Y esta semana han hecho ver que lo reventaban para ver si, drenando la infección, la cosa mejoraba. El esperpento de La familia de la tele se hunde a marchas forzadas. Y el batacazo es fuerte teniendo en cuenta la soberbia con la que aterrizaron en la televisión pública, que creían que el programa ejercería de flautista de Hamelin y arrastraría a las masas. El desfile chabacano y grandilocuente del estreno era la prueba del vacío que hay detrás de su triste discurso. Ante el fracaso de fingir una estructura de magacínque a los pocos minutos se había convertido en parodia, tuvieron que recurrir a los métodos lastimosos del Sálvame. La última estrategia ha sido una catarsis pública patética para reanimar un programa que está agonizando. La comedia consistía en hacerle confesar a Belén Esteban que quería marcharse del programa "porque estoy amargada aquí y yo quiero ser libre como antes".
Las lágrimas de la princesa del pueblo, que en su día fueron lo más cotizado de la televisión, ahora caen dentro de un cuenco de ensaladilla que la mujer había preparado el día antes en el plató. Lágrimas de cocodrilo acompañadas del psicodrama del resto de la comparsa. "Me han secuestrado, que lo sepa toda España", denunciaba la mujer lamentando que no sé quién no la había dejado hablar. El otro debate era si había que hablar sobre Lina Morgan o si ya estaban hartos de criticar a la Pantoja. Como La familia de la tele sirve de contenedor de las telenovelas de media tarde, los tertulianos pasan dos horas muriéndose de asco por las instalaciones y eso mina su autoestima, dicen. El decorado, que les ha costado una pasta, tiene un efecto claustrofóbico. Parecen prisioneros dentro de la casa de Gran Hermano.
Lo más hilarante es que, en medio de la tragedia en tres actos, el presentador Aitor Albizua confesó que él no sabía que en ese programa tendría que tratar temas del corazón. Con Esteban, Patiño, Matamoros y todos los personajes quizás pensaba que haría divulgación científica. Inés Hernand, la otra presentadora, reclamaba nuevos temas para la gente joven y proponía formas divertidas de hacer la declaración de la renta.
"Es como si nunca llegáramos a nada", diagnosticaba Patiño en un ataque de clarividencia. El director, David Valldeperas, se esfuerza por sacudir un circo de ególatras para hacer que la basura huela lo suficientemente mal como para embriagar a los espectadores.
Urge una pregunta parlamentaria en el Congreso para ver quién tiene el valor de justificar esta penosa degradación del servicio público donde organizan melodramas falsos para captar a la audiencia, cuestionan el ente y se desperdicia dinero con contenidos impropios e injustificados. Demasiada gente entendió La familia de la tele como un comedero público donde todo el mundo podría meter el tenedor. Sorprendentemente, no previeron que el menú que servirían estaba podrido. Hay que depurar responsabilidades en este intento premeditado de intoxicación de la audiencia.