'Zenit', el nuevo show para derrumbar a los cantantes
El nuevo programa musical de TV3 se llama Zenit, pero nada más arrancar la emisión el espectáculo ya tocaba fondo. En los primeros minutos, dos micrófonos fallaban y no se oían los protagonistas. Miki Núñez estaba tan pendiente de leer que se perdía la sensación de espontaneidad. Y, a la hora de presentar a los líderes de cada generación, sus coreografías individuales estaban hechas con tan poca convicción que hacía sufrir. La primera actuación, la de Samantha Gilabert, provocó entre perplejidad y vergüenza ajena hasta el punto de distorsionar el tono del programa. No se le entendía cuando cantaba y su desgana interpretativa incluso suscitaba la duda de si se trataba de una cuestión fallida o humorística.
Zenit es un sucedáneo televisivo deEuforia reciclando algunos de sus personajes. Jordi Cubino ha cambiado su rol de juez por el de guitarrista ultramotivado. Tan motivado que su actuación parecía teatral. El lema del programa es que “la música no tiene edad”, pero la dinámica sostiene lo contrario al estratificar a los participantes por generaciones. El objetivo es escoger al artista más transversal, el que mejor represente el espíritu común. Como concurso tiene su gracia, pero el problema radicó en la ejecución del formato.
Otro factor que acentúa la impostura son las votaciones. Por razones lógicas de pudor y respeto por el intérprete, todo el mundo recibía una nota excelente. Pero el espectador percibe que no se corresponde con la realidad que acaba de ver, sino con el deber de no herir la autoestima del cantante. Por la misma razón, el sistema de votación de la audiencia también quedaba camuflado bajo un elegante bonus extra de 5 puntos, sin que pueda delatarse un veredicto más sincero. Por otra parte, la resolución final del concurso es de baja intensidad, a la espera de futuras ediciones, de modo que no se produce ningún clímax emocional ni suspenso en la dinámica del juego.
El gran problema de Zenit es que parece que vaya en contra de sus propios participantes. En vez de remar a favor de los intérpretes y proporcionarles un espacio en el que lucirse, el contexto les lleva a justear. Convierte a los profesionales en amateurs, ya sea por las deficiencias a nivel sonoro o por razones técnicas. Pero los propios cantantes parecen incómodos en la actuación, como si las condiciones no les fueran favorables para aparecer en su esplendor. Y eso en la actuación principal, porque en la interpretación del karaoke por subir nota directamente se les abocaba al ridículo.
Zenit no es uno talent show. Los que participan son profesionales y se ganan la vida cantando. No están allí para aprender, están ahí para lucirse. Y el programa les va en contra hasta arrastrar el espectáculo hacia un objetivo contradictorio: para la audiencia acaba siendo más divertido verlos desafinar que maravillarse con sus actuaciones.
Después de ver la primera emisión, habrá que ver si los cantantes que ya tienen pactados en próximas emisiones mantienen su compromiso. Porque, si no mejora, es posible que más de uno no tenga ganas de exponerse a las deficiencias del espectáculo.