Homenotes y danzas

El alemán que halló el éxito en los cañones de guerra

Friedrich Krupp impulsó sus fábricas de acero gracias a su vinculación con el mundo militar

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Friedrich Krupp 1854-1902

Que a finales del siglo XIX, en medio de la Tercera Guerra Carlista, hubiera en Cataluña una revista de humor con el título El Cañón Krupp -desde la que se pretendía "hacer a los carlistas una guerra implacable y sin cuartel"- puede parecer exótico. Pero al mismo tiempo permite hacerse una idea de la fama internacional que llegó a tener una de las invenciones de la época de la familia Krupp: el cañón que llevaba su nombre, que fue un gran éxito comercial al venderse a ejércitos de todo el mundo desde su concepción, en 1856. Desde principios del siglo XIX, este apellido alemán es sinónimo de acero y armamento pesado.

Así pues, la historia de Friedrich Krupp no ​​es la de un emprendedor que nace en una familia modesta, sino lo contrario, la de un hombre que hereda un imperio empresarial, pero que lejos de vivir de rentas decide consagrar su vida en el trabajo ya agrandar el negocio. Los primeros obstáculos vitales con los que se encontró fueron los problemas de salud durante la infancia y la mala relación con su padre, que llegó a vetarle temporalmente una relación de pareja.

En 1882 consiguió que el padre le admitiera en el consejo de administración de la empresa familiar y cinco años más tarde se hizo cargo del negocio tras la muerte de su progenitor. Vio claro que debía vincularse aún más al mundo militar, por lo que apretó lazos con el káiser Guillermo II, y antes de terminar el siglo la mitad de su facturación ya provenía de la industria bélica.

La obsesión por controlar la cadena de valor completa le llevó a apoyar a inventores (es el caso de Rudolf Diesel), a controlar materias primas (yacimientos de hierro y carbón en Lorena, Essen y Bochum) , a adquirir otras empresas (los astilleros Germaniawerft) ya construir factorías gigantescas, como la de Brisgovia, en el Alto Rin.

Una de las características principales y diferenciadas de la empresa que dirigía fue la apuesta por las medidas de carácter social que ya habían iniciado sus predecesores. Los obreros disponían de viviendas de alto nivel fuera de la factoría, de seguro médico y de una pensión de jubilación al retirarse a la compañía. De hecho, según algunos historiadores, Otto von Bismark, el creador de la Seguridad Social, se inspiró en las coberturas que existían en la empresa Krupp para diseñar su esquema de beneficios, implantado entre 1883 y 1889.

En medio de una vida dedicada intensamente a los negocios, el empresario germánico también encontró tiempo para poner un pie en la política. En el segundo intento logró los votos suficientes para entrar en el Reichstag (1893), el Parlamento del entonces Imperio Alemán. Su trayectoria allí no fue especialmente brillante e incluso le provocó algunos quebraderos de cabeza en forma de críticas por conflicto de intereses, porque buena parte de la facturación de su empresa procedía precisamente de los presupuestos públicos (básicamente, por compras de armada alemana).

Toda esta actividad empresarial quedó encajada en una trayectoria objetivamente corta, porque Krupp murió con sólo 48 años, víctima de un ataque de hirido. Pero ésta es la versión oficial, porque según varios medios -especialmente italianos-, en realidad la causa de la muerte fue el suicidio, por la incapacidad de asumir las acusaciones de homosexualidad y pederastia que cayeron sobre él en relación a las épocas que pasaba en la isla de Capri. En el momento de su desaparición, el conglomerado empresarial familiar estaba a su máximo rendimiento, con más de 40.000 trabajadores.

A diferencia de lo que ocurrió con otras empresas familiares, el grupo industrial no desapareció con la extinción de la figura del líder, sino que siguió creciendo. En 1999 Krupp se fusionó con el otro gigante alemán del acero, Thyssen, después de que un intento de opa de los primeros no llegara a buen puerto. La compañía resultante, ThyssenKrupp, es un coloso mundial del acero en el que el máximo accionista, con un 20%, es la Fundación Alfried Krupp von Bohlen und Halbach, que toma el nombre del neto de nuestro protagonista.

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