Un aliado de Putin queda primero en Austria
La victoria del extremista FPÖ en las elecciones austríacas, aunque tenga pocas posibilidades de gobernar, envía un mensaje muy preocupante a Europa, donde las formaciones de extrema derecha antiinmigración no hacen más que mejorar sus resultados comicios tras comicios. En este caso, además, la cara visible del partido, Herbert Kickl, es alguien que no esconde su simpatía por el líder ruso Vladimir Putin y pide que se detenga la ayuda militar en Ucrania (que es lo mismo que poner una alfombra roja a los rusos hacia Kiiv). En el pasado, además, Kickl había sido condescendiente con el nazismo y su oratoria es inflamada y tendente a la astracanada. No es, por tanto, un lobo con piel de cordero, sino directamente un lobo.
Evidentemente, su punto fuerte es el rechazo a la inmigración, con propuestas radicales y contrarias a la legislación europea como la de devolver a los migrantes a sus países de origen para convertir a Austria en un país étnicamente homogéneo. Este discurso ha dominado la campaña electoral, hasta el punto de que el partido conservador ÖVP, favorito para seguir gobernando, ha centrado sus mensajes en la seguridad, y en los últimos años ha convertido a Austria en uno de los países más restrictivos de la UE para obtener la campaña nacionalidad, incluso para los nacidos en el país.
En realidad, la FPÖ cabalga sobre la ola antiestablishment que en los últimos años encarna a la extrema derecha, que impugna los valores fundacionales de la Unión Europea e incluso el relato compartido después de la Segunda Guerra Mundial. El actual primer ministro, el conservador Karl Nehammer, dijo una frase en campaña que acertaba: "Nosotros resolvemos los problemas, no vivimos de ellos". Nehammer ha prometido que no gobernará con el FPÖ, como sí lo hizo su predecesor Sebastian Kurz, en una experiencia que acabó mal, y puede explorar pactos con Els Verds, que ya son socios en el gobierno de coalición; con los centristas de NEOS, e incluso con los socialdemócratas.
Sin embargo, el nuevo gobierno deberá afrontar los mismos dilemas que el resto de ejecutivos europeos con la extrema derecha. ¿Hasta qué punto adoptar la agenda de la extrema derecha la refuerza? ¿Hasta qué punto no es dejar que se apropie de algunas banderas? ¿Funcionan los cordones sanitarios? No son cuestiones fáciles, y hasta ahora no se ha encontrado una fórmula mágica, aunque hay casos que iluminan el camino, como el de la reciente victoria del candidato del SPD en el land alemán de Brandeburgo. Pero lo evidente es que el auge de la extrema derecha es la principal amenaza existencial que afronta ahora mismo la Unión Europea, que ya debe lidiar con personajes como Viktor Orbán, que hacen oposición al proyecto desde dentro.
La Unión Europea debe acelerar su integración y hacerse más presente en la vida de la gente si quiere sobrevivir. Sobre todo si a partir de enero es Donald Trump quien ocupa el Despacho Oval de la Casa Blanca.