El análisis de Antoni Bassas: 'Izquierda y el riesgo de asumir que también hay que jugar sucio'

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Hoy continúa el escándalo (no es exagerado utilizar este término) por el auto del Supremo en el que se niega a aplicar la amnistía. Si incluso una magistrada del tribunal ha emitido un voto particular diciendo que el documento retuerce el concepto del ánimo de lucro y que aplicar la amnistía es la única interpretación lógica, poco más podemos añadir nosotros, más allá de señalar que el Estado ha elegido el camino de la confrontación justo cuando en Catalunya PSC, Junts y Esquerra están negociando la investidura del próximo presidente de la Generalitat. El Supremo quiere a Puigdemont en prisión, aunque lo tenga que conseguir negándose a aplicar una ley. En las últimas horas, además, quedaron amnistiados 46 policías investigados por las cargas del 1 de Octubre en escuelas de Barcelona, ​​porque su actuación no superó el umbral de gravedad necesario para excluirse de su aplicación. De momento, más de la mitad de los amnistiados (unos setenta de los 550 que debería beneficiar) son policías. La violencia ha sido amnistiada, y las urnas, no. El contraste es humillante.

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Mientras tanto, Izquierda ha quedado profundamente tocada por el trabajo de investigación del ARA que ha revelado un hecho que si no hubiera sido por los periodistas de este diario quizás no habríamos conocido nunca: que los carteles sobre el Alzheimer con los hermanos Maragall salieron de Esquerra mismo.

Ernest Maragall dijo ayer en una carta abierta que el director de comunicación del partido, Tolo Moya, le había pedido disculpas por unos hechos de los que había perdido el control, pero Moya dijo más tarde que demostraría quién era el ideólogo de los carteles y acciones de lo que se ha dado en llamar "estructura B" de Esquerra.

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Algunas consideraciones: los carteles fueron tan miserables como el nivel intelectual y ético de la persona a la que se le pasaron por la cabeza, pero más aún de quien no lo impidió y no despidió fulminantemente la lumbrera que se le presentó con la idea.

Izquierda ha presumido históricamente de manos limpias (eso ya lo decía Carod Rovira), por contraste con los casos de corrupción que han salpicado al PSC o Convergència, y Junqueras, aparte de considerarse a sí mismo muy buena persona, ha repetido que Esquerra es el partido de la buena gente . La noticia de los carteles destroza esa imagen.

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Creo que dentro de Esquerra -que ha pasado de partido pequeño a partido grande en términos de representación en el Parlament, hasta el punto de que recuperó la presidencia de la Generalitat, o de influencia de su grupo parlamentario en Madrid- ha habido gente que se ha pensado que para asegurar la continuidad del éxito electoral tenían que jugar con otras armas, las de los partidos grandes, la de "no podemos ir con el lirio en la mano", la de "eso lo hace todo el mundo" ”, el juego fuerte por no decir sucio, y que este cartel no nace solo si no existe una dinámica interna, aunque sea de un grupo pequeño, que trabaje con opacidad tolerada para hacer el trabajo sucio.

La reflexión podría continuar, claro, sobre la existencia de estructuras B en todos los partidos y sobre cómo la ética, la categoría personal, la bondad, parecen conceptos que expresan debilidad en un mercado tan competitivo como el del voto. Es parte de la sociedad en la que vivimos, y constatarlo duele.

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Buenos días.