El poder de un autorretrato erótico

Durante el confinamiento empecé a tomar fotos eróticas. Autorretratos que me recordaran que era alguien deseable, para mí, principalmente. Me habían dejado y ese primer mes no fue fácil. Tuve que gestionar ese rechazo a la vez que el mundo parecía haber hecho realidad las ficciones distópicas, que el trabajo y la facturación se detenía en seco y que en casa los hijos se habían encerrado a cada uno en su pequeño mundo. Los míos y yo teníamos buena salud, eso sí. Y esto era mucho, dadas las circunstancias. Y casa y buenas condiciones materiales. Tampoco me sentía sola porque mi red familiar y de amistades estaba activa y viva a través de mensajes, llamadas y videollamadas.

En un impulso mezclado de aburrimiento y ganas de estar bien, cogí el móvil y me empecé a retratar desnuda. Me gusta la fotografía. Mi padre era fotógrafo aficionado y en los estudios de técnica de cine que hice, también teníamos una asignatura de fotografía. Como el padre de mis hijos era fotógrafo, la abandoné, porque ya había otro que cogía la cámara. Con el divorcio y las posibilidades de la buena óptica Leika de ese Huawei que me compré, volví a recuperar el gusto por la foto. Pero nunca me había retratado de ese modo y resultó una experiencia poderosa. Me desnudaba y componía el plano utilizando mi cuerpo para obtener una imagen que a mí me resultara excitante. Porque era a mí a quien hablaba. Se trataba de un monólogo y no tenía otra intención que la de decirme cosas, de contarme quién soy.

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Siempre he pensado que sea cual sea tu cuerpo, es muy difícil, casi imposible, gozar del sexo con plenitud si tú misma no te pones. Siempre procuro que la energía sexual, en primer lugar, parta de mí hacia mí. Una energía, por ejemplo, en forma de mirada. Y ese marzo del 2020 descubrí que la mirada a través de los autorretratos eróticos tenía una gran fuerza. Que Ana que aparecía en la pantalla del móvil era poderosa, sensual y elegante, tal y como yo quería. Que era hermosa y emitía deseo sin necesidad de una mirada externa. Y esa independencia me hizo sentir de maravilla.

Me seguí haciendo y me sigo haciendo aún ahora, de vez en cuando. No tiene voluntad de narcisismo y sí de juego, de acto artístico y de continuar un diálogo conmigo misma que no quiero abandonar. Porque no quiero dejar de mirarme de una determinada forma y decirme determinadas cosas. Tales como que me gusto y me deseo. E insisto en que no son las frases de una ególatra. Las mujeres no nos han educado para mirarnos bien a nosotros mismos y sí para mirarnos en función de otro, y lo que estoy proponiendo es todo lo contrario, es romper con esa aprobación externa. Y aunque en algunas ocasiones puedo acabar compartiendo las imágenes con otras personas que me apetece y me parecen de confianza, las fotografías sigo dedicándolas a mí como una especie de caricia de aquellas que sólo se puede dedicar una misma. Yo de vosotros lo probaría.