Trump declara la guerra a las universidades


Si tuviéramos que citar un factor clave que explica la hegemonía de Estados Unidos durante el siglo XX y lo que hemos pasado de XXI sería la excelencia de su educación superior, algo que le otorga una gran ventaja competitiva. En cualquier ranking de las mejores universidades del mundo siempre encontrará las norteamericanas en lo más alto, especialmente las más prestigiosas de todas, con instituciones como Harvard, el MIT, Stanford, Princeton, Berkeley y Yale. Estas universidades atraen a los mejores investigadores del mundo y lideran la investigación en multitud de ámbitos, un conocimiento que después se transfiere a la sociedad y, especialmente, a las empresas. Ahora, sin embargo, todo esto está en peligro porque Donald Trump ha decidido declarar la guerra a las universidades con un método que no difiere mucho de lo que utilizaría un capo mafioso cualquiera: o te pliegas a mis designios o te corto la financiación.
Este chantaje le había funcionado en un primer momento con la Universidad de Columbia (que, por cierto, todavía no ha recuperado la financiación perdida a pesar de haber aceptado algunas de las condiciones de Trump), pero ahora Harvard le ha dicho que no. El gobierno de Estados Unidos está haciendo lo que no había hecho otro ejecutivo en la historia reciente, que es intentar condicionar las políticas de admisión y los currículos académicos para imponer su particular visión del mundo con la excusa de luchar contra el antisemitismo. Harvard está especialmente en el punto de mira de Trump por sus políticas de inclusión, que favorecen el acceso a la universidad de minorías como la negra, que habitualmente están infrarrepresentadas en estas instituciones elitistas, y por considerar que es un refugio del pensamiento woke.
"Ningún gobierno debería dictar qué puede enseñar una universidad privada, ni quién debe admitir o contratar, o qué áreas de estudio o investigación se pueden perseguir", ha escrito el rector de Harvard, Alan Garber, en un mensaje a toda la comunidad universitaria. La respuesta de Trump ha sido, como era de esperar, furibunda. La administración ha congelado subvenciones plurianuales por valor de 2.200 millones de dólares y baraja retirar las exenciones fiscales de que goza la institución.
La idea de Trump es muy simple: obtener la rendición de sus enemigos, en este caso las universidades, con el chantaje económico. Por eso es tan importante la respuesta de Harvard, que debería servir de ejemplo para todas las universidades que ahora mismo están siendo investigadas por un grupo especial designado por la Casa Blanca. Lo que está en juego es un principio tan primordial en la democracia como la libertad académica, de la que siempre han hecho bandera Estados Unidos.
Sin embargo, con su guerra ideológica, Trump está consiguiendo que Estados Unidos pierda atractivo a marchas forzadas, tanto para hacer negocios como para ir a hacer turismo o una estancia académica. Las detenciones de estudiantes propalestinos han extendido el clima de terror en los campus, y ahora mismo hay cientos de proyectos de investigación que cuelgan de un hilo. Sin embargo, Harvard ha hecho lo único que podía hacer para mantener la dignidad de la institución: plantarse y decir no.