Representación de Semana Santa a Mont del Calvario de Alcorisa en el Teruel con más de tres mil personas
Economista
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Estos días de Semana Santa, sea uno o no creyente, se conecta de forma inevitable con la muerte. Son días donde en iglesias y salas de conciertos se interpretan misas de réquiem (Mozart, Verdi…); donde vemos procesiones por las calles o recogidas por los medios de comunicación; donde las propias festividades del calendario indican “Viernes Santo” o “Domingo de Resurrección”.

La muerte es protagonista de estos días. La muerte de Jesús, pero también lo que significa padecer, morir y la esperanza de otra vida. El afán del ser humano por trascender y no desaparecer del todo, cuando el polvo vuelva al polvo.

La muerte es algo difícil de asimilar. Somos vida. Tenemos conciencia porque gozamos de la vida. ¿Tendremos conciencia cuando hayamos muerto? ¿Quedará algo de nosotros? Nos recordará una generación. Dos, a lo sumo. Pero, con los años, todos seremos olvidados. ¿No quedará nada de nosotros?

Da la sensación de que la muerte es el final. No queremos morir porque el ser humano, de hecho, también los animales, tendemos a la vida. Sin embargo, ¿pueden imaginar una vida sin muerte? En su genial novela Las intermitencias de la muerte, el nobel portugués José Saramago describe el caos de un país donde, de pronto, la gente deja de morir. Desde el punto de vista económico, sería insostenible. La especie humana está organizada socialmente de acuerdo con la muerte. La sostenibilidad de la especie precisa de un final para los seres que la componen.

Pero ¿y en lo individual? Recuerdo una conversación con un amigo hablando al respecto. Dijimos: ¿te gustaría no morir nunca? Y mi amigo respondió: “¡qué horror!”. Y añadió: no acabarían nunca las responsabilidades; tendríamos que estar siempre pendientes de ingresar para vivir; sería una tortura, una pesadilla, una condena.

Esa es la locura: no deseamos la muerte, pero se nos haría una condena el vivir siempre.

En cierta ocasión, iba camino del aeropuerto y en el taxi, por el primer cinturón de Barcelona, nos adelantó un coche fúnebre. El taxista y yo guardamos un silencio elocuente. No decíamos nada. De pronto, el taxista, me dijo: “mire, uno a quien se le han acabado los problemas”.

Espero que estén pasando una feliz Semana Santa. Disfruten. La vida son dos días. Y nunca se sabe cuál es el segundo.

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