Joaquim Nadal: "Desde casa veo cinco campanarios de Girona"
Consejero de Investigación y Universidades
GironaDesde el otoño del pasado año Joaquim Nadal (Girona, 1948) es consejero de Investigación y Universidades, cargo que ha desplazado el epicentro de su trabajo a Barcelona y buena parte de Cataluña. Pero siempre que puede duerme en su querida Girona, de donde fue alcalde durante 23 años y propició uno de los grandes cambios en la ciudad: impulsar y situar a la universidad en el Barri Vell. Un centro histórico que ha sufrido una gran transformación en los últimos años y que protagoniza muchos de los recuerdos de su último libro, Confitura de vidrio, de la colección La Joy de Vivre del sello Universo. Se trata de un retrato íntimo en el que comparte con el lector sus recuerdos a partir de los cinco sentidos. Sensaciones que le han quedado clavadas en la piel y en el alma. Partiendo de la idea del libro, le hemos pedido que nos contara su mundo pequeño a partir de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto.
La vista
“Lo más especial para mí de Girona es que vivo en la casa donde nací. El comedor de la casa que compartimos mi mujer y yo es la habitación en la que nací”, rememora Nadal. Para ubicarnos, debemos situarnos frente al monasterio de Sant Pere de Galligants, en la plaza Santa Llúcia, junto a la pequeña capilla de Sant Nicolau, que durante décadas fue un taller de carpintería familiar. “Mi mirada abre los ojos al mundo, y espero que los cierre, en el mismo sitio –añade–. Es decir, con horizontes de vegetación y piedra”. Desde casa de la familia Nadal se siguen las vistas icónicas de la vertiente norte de la catedral y del Barri Vell: “Desde casa veo cinco campanarios. La torre de Carlomagno, el campanario de la catedral, el campanario de Sant Feliu, el de las Capuchinas y el de Santa Llúcia. Y aún debería añadir el de San Pedro de Galligants y San Nicolás, que no tiene. El entorno son siete iglesias que poco o mucho me han acompañado”. En un primer término, una fila de cifrares donde “relajar la vista” con un horizonte que sube hacia el Paseo Arqueológico, los muros del claustro de la catedral y la Torre Cornelia.
El oído
El sonido que llena estas vistas es, durante mucho tiempo, el de la campana de las Capuchinas. Ahora, este convento, situado en la Subida del Rey Martí que conduce a la plaza de la Catedral de Girona, ha cerrado, ya no hay monjas y habrá que ver qué futuro le espera. "Ahora las únicas campanas que me acompañan son las de las horas de la catedral o las de Ángelus cuando tocan", puntualiza. La Beneta de la catedral es, pues, quien marca las horas sobre todo durante el día, ya que de noche baja el volumen. "Su toque es de una profundidad y de una gravedad que me han acompañado toda la vida". En Confitura de vidrio, Nadal también evoca el “grac-grac” de las cigarras en verano. Si lo mira desde una óptica gerundense, lo que "más se acerca" es el croar de las ranas del Galligants, que con su mujer sienten cuando duermen en verano con la ventana abierta. “Aunque el Galligants rara vez traiga agua, siempre tiene un blando de humedad que ayuda a crear un ecosistema que alimenta la existencia”.
El olfato
Los olores de Girona han cambiado mucho. Si bien cuando Nadal iba al instituto, que entonces se situaba en el actual Museo de Historia, olía las escudillas preparándose en la calle del Llop, ahora la “marabunta de turistas” ha hecho perder este olor doméstico. Sin embargo, fue durante la pandemia cuando recuperó ciertas tradiciones. Por un lado, el olor del pan tostado de los desayunos, que le lleva a redescubrir la confitura de cristal con la que ha bautizado el libro. Pero hay un olor que estos días de otoño lo impregna todo y le hace sentir en casa: el del humo de las chimeneas del Barri Vell y del valle de Sant Daniel. “El olor de una chimenea transmite a la atmósfera el fondo forestal del humo: el olor a pino, a resina, a la encina. La domesticidad de un fuego en el suelo se transforma por el humo en un olor amable. De vida doméstica confortable”.
El gusto
Más allá de la fiebre reciente por los chuchos, hay una receta que los gerundenses nos hemos hecho nuestra: la de la butifarra dulce. Cuenta la leyenda que un arzobispo de Girona se enamoró de la joven que vivía donde hoy están los Jardines de la Francesa, detrás de la catedral. La invitó a casa, y la criada, a la que no le gustaba la idea, decidió poner azúcar en las morcillas en lugar de sal. Aunque al arzobispo no le gustó el plato, a la joven le encantó. Joaquim Nadal considera que no es especialmente goloso, pero admite que en su casa, cuando había butifarra dulce, “era como fiesta mayor”. La profundidad del cerdo de la butifarra, llena de azúcar y chorreando azúcar por dentro y por fuera y con un poco de canela y limón. Y las tostaditas azucaradas... Todo esto forma parte del festival de gusto de mi entorno más inmediato".
El tacto
Nuestro recorrido particular por el Barri Vell acaba tocando madera, piedra y bronce. "La madera por el negocio de la familia asociado a San Nicolás". La piedra, por la típica nummulítica de Girona, que cuando se pule puede convertirse en el apreciado “mármol azul” de la Edad Media o con el desgaste del tiempo en una piedra pómez. Y finalmente el bronce, que Nadal considera que solo puede hacerse acariciarlo cuando se convierte en escultura. En Girona se encuentra la de Emília Xargay en los jardines de la Font del Rei y donde hacemos la entrevista, junto al patio de la Delegación del gobierno, uno de los Toros de Venus de Arístides Maillol. "Los torsos de Maillol seguramente son los que más se acercan al tráfico de la sensualidad de los materiales a la sensualidad del tacto del contacto con la piel".