El caso Alves rompe con el mito del violador de la capucha
Expertas señalan que las mujeres jóvenes denuncian más porque saben identificar más las agresiones sexuales
BarcelonaDani Alves, ex jugador del FC Barcelona de 39 años, está ingresado en prisión provisional acusado de violar presuntamente a una joven de 23 años en una discoteca de Barcelona, el 30 de diciembre. Son los hechos, que están todavía bajo una incipiente investigación, y ponen sobre la mesa los mecanismos de la violencia sexual, infradenunciada y, por lo tanto, impune en la mayoría de los casos. Sin embargo, el caso ha acabado con muchos silencios.
No es cuestión de sexo
El agresor sexual no busca satisfacer sus deseos de una manera rápida y sin tener en cuenta la voluntad de la víctima, sino que con la violencia sencillamente se impone, por la fuerza explícita o implícita: "No buscan sexo, no hay correlación entre necesidad de sexo y violación", afirma Ana Burgos García, antropóloga y coordinadora del Observatorio Noctámbul@s de FSC, que subraya que son hombres que "piensan que es normal la dominación del cuerpo de las mujeres". Por lo tanto, no es ni una cuestión sexual ni de ser agraciado físicamente, tener una fortuna de patrimonio o ser un personaje de fama planetaria: "Las agresiones siempre tienen un ejercicio de poder y de dominación y lo hacen porque pueden, porque se creen impunes", explica Raquel Gómez, psicóloga del Centre Jove d'Atenció a les Sexualitats (CJAS) de Barcelona.
Para la antropóloga, los agresores actúan replicando el concepto patriarcal de que la sexualidad de masculinidad "debe tener la iniciativa y es promiscua", mientras que la femenina "es pasiva y receptiva".
¿Los agresores son desconocidos?
Las estadísticas rompen con el imaginario popular del agresor anónimo, que se esconde bajo una capucha y actúa en un lugar solitario y por la noche. Más bien los informes señalan que alrededor del 80% de las agresiones sexuales las perpetra un familiar, amigo, o compañero de trabajo de la víctima y se producen en un ambiente de confianza (en casas). En el caso de los menores, los vínculos son todavía más estrechados. A pesar de que Alves y la chica que supuestamente atacó no se conocían, por el hecho de que él sea un jugador muy popular, habitual en los medios de comunicación, el caso aporta un "ejemplo simbólico de que los agresores no son monstruos", apunta la abogada penalista especializada en violencias machistas Júlia Humet, del despacho Nèmesi. En este sentido, Burgos afirma que con Alves se "rompe con el mito" de que se viola por "necesidad", porque un hombre es feo o no tiene pareja. Al contrario, visualiza que el agresor puede ser un hombre de éxito social y con una vida sexual activa.
La juventud de las denunciantes
Las últimas denuncias judiciales por agresiones sexuales que han tenido eco mediático las han interpuesto chicas muy jóvenes, menores de 30 años. Forman parte de la generación que ha crecido con el feminismo y el Me Too, las que se han “concienciado” de los mensajes de que muchas de las "actitudes normalizadas son en realidad un delito", señala Humet. Burgos está de acuerdo y constata que las adolescentes no solo "identifican" cada vez más maneras de ligar, por ejemplo, que sobrepasan los límites de la normalidad, sino que también se atreven a dar el paso de denunciarlo.
Estas jóvenes están rematando el trabajo de sus hermanas mayores, de las madres, y dan un paso para atreverse a denunciar a los jefes de su empresa o a todo un símbolo deportivo y, según la abogada, lo hacen "por un punto de responsabilidad", o de corresponsabilidad colectiva. "Lo hacen por ellas, para obtener justicia y por todas las que lo pueden sufrir".
La revictimización
Las denuncias por violencia sexual son la punta del iceberg dado que, una vez más, las encuestas constatan que solo un 12% de las mujeres optan por llevar la agresión a los tribunales o a la policía. Los motivos son varios, apuntan las expertas: la obligatoriedad de convivir o relacionarse con el agresor, el desconocimiento o la poca conciencia de qué es delito y qué no, la vergüenza o el miedo a no ser creída.
En este sentido, cada vez que trasciende una agresión sexual, las mujeres tienen que oír o leer comentarios que las responsabilizan, en parte, por no haber dicho lo suficiente, por no haberse ido. Es lo que se denomina la cultura de la violación: la justificación de la violencia y el señalamiento de la víctima, hasta el punto en el que incluso públicamente se expresa la pena o la empatía hacia el agresor, pero ninguna comprensión hacia la mujer. Para Burgos, el simple hecho de que, en el caso del futbolista, se le defienda argumentando que tiene a todas las mujeres que quiere a su disposición, es una expresión de esta cultura de la violación, del mismo modo que cuando en un ambiente de ocio nocturno se señala como atenuante o justificante.
Un proceso largo y duro
Denunciar no es una decisión fácil, advierte la penalista Humet, que señala que es un proceso largo en el que es importante que la mujer tenga buena información y asesoramiento para que pueda decidir qué hacer: "Hay quien quiere ser partícipe en todo momento y hay quien te dice que hasta el día del juicio no quiere saber nada, y las dos opciones se tienen que respetar". Desde el CJAS, Gómez subraya que la víctima tiene que situarse en el "centro" también en el acompañamiento durante el proceso de recuperación y reparación dándole "espacio" y "respetando sus ritmos y sus decisiones".
En cualquier caso, y a pesar de que se intenta evitar la revictimización, lo cierto es que las denunciantes tienen que declarar en diferentes etapas del procedimiento y son interrogadas sobre detalles del antes, durante y después de la agresión que las obligan a revivir lo que para muchas es un trauma todavía sin curar. Además, a pesar de que cada vez hay más conciencia de todos los actores implicados (policías, jueces, fiscales o abogados de la defensa del agresor), todavía se le ataca y cuestiona por determinados comportamientos.
El derecho a la indemnización
En cualquier juicio penal, es muy habitual que el tribunal incluya en la sentencia una indemnización para la víctima. En el caso de Alves, la chica ya ha anunciado que no la aceptará, que renuncia a un derecho. Para Humet, siguiendo con ese respeto hacia sus decisiones, defiende que si lo ha decidido después de una reflexión, no hay nada a objetar, pero, por el contrario, si es fruto del miedo a ser juzgada y atacada porque se le pueda acusar de actuar por dinero, supondría "un fracaso de la sociedad".
La psicóloga Gómez defiende que si bien la reparación nunca se puede limitar al plan individual de cada mujer, cuestiona el sesgo con el que se juzgan las compensaciones económicas que reciben las víctimas de los accidentes de tráfico y las de la violencia sexual.
La deconstrucción de los hombres
Sin caer en triunfalismos y a sabiendas de cuál es la realidad, para la antropóloga Ana Burgos el caso Alves también puede tener un efecto positivo en los hombres. El hecho de que el jugador –reflexiona– se aleje de la imagen colectiva del agresor como un hombre fuera de la sociedad puede ayudar a que los hombres identifiquen agresores y agresiones dentro de su mismo círculo. "Nadie se identifica con un monstruo, pero sí con una persona respetada y con una vida normalizada", dice, y señala que la violencia machista no se acabará hasta que los hombres "rompan las cadenas de mensajes que sexualizan a mujeres" o no levanten la voz contra actitudes agresivas.
Los puntos lilas
La buena noticia, para Burgos, es que el protocolo contra las violencias sexuales se aplicó y permitió atender con rapidez a la joven. Para la responsable del Observatorio Noctámbul@s, el hecho de que una discoteca, un ayuntamiento o una entidad que organice una fiesta tenga una guía, forme a su personal o instale un punto lila es básico porque expresa la asunción de que la violencia existe y "es un posicionamiento público" que en caso de detectarse algún caso, no se lo dejará pasar. "Es el compromiso transversal, la demostración de que hay herramientas y recursos", que puede animar a las chicas a denunciar al sentirse más protegidas, concluye.