Reportaje

"Unos chinos querían venderme antirrobos para motos que imitan a los que yo creé"

Empresario autodidacta y creador de varios artilugios, entre ellos un antirrobo para motos y las trampas que ponen los Mossos para inmovilizar vehículos

GeronaCipri Duch empezó a trabajar a los 14 años en la empresa de su padre de forja y cerrajería, Mecánicas Duch, que data de los años 40 del siglo pasado. Aprendió el oficio de joven ya los 16 ya manejaba un turno. Paralelamente al trabajo en la empresa familiar, a ratos perdidos se formó y se convirtió en el único técnico en las comarcas gerundenses de la casa de máquinas de escribir eléctricas Underwood. Trabajaba en la empresa de su padre hasta las 18h y después hacía cuatro horas más con las máquinas de escribir.

Posteriormente, se formó para conocer y arreglar hornos modulares para pastelerías de una empresa vasca. Un cuñado suyo cogió la representación de la firma para Catalunya y las Islas y él hacía las reparaciones, todo ello sin dejar el trabajo de las máquinas de escribir. "Fue una época que me fue muy bien porque era lo único que lo hacía aquí, tanto máquinas de escribir como hornos", explica Duch.

Cargando
No hay anuncios

Su padre murió cuando él tenía 24 años: “Todos los clientes y la competencia me observaban porque pensaban que no saldría adelante de la empresa”, añade. Pero fue lo contrario. La empresa se abrió a nuevos materiales y fueron unos de los primeros en la demarcación en trabajar con el acero inoxidable. Y empezaron a servir a empresas cárnicas de Girona y Barcelona. "Fui un pionero de la metalúrgica y hacía cosas muy fuera de serie. Hice una máquina que llenaba 3.500 latas por hora donde se ponía jamón dentro. ¡Tres mil quinientas por hora! Las veías pasar a toda velocidad!", recuerda.

Cargando
No hay anuncios

Llega el Pitón

Poco después llegó una de las creaciones que mayor relevancia pública tuvo: el antirrobo para motos llamado Pitón. “En 1978 me propusieron si sería capaz de inventar un antirrobo de moto bien parido. El proceso de creación duró nueve meses y el resultado fue un candado hecho con mala baba para que fuera muy difícil de robar”, dice Duch. Se trata de un tipo de antirrobo con un cable blindado y dentro con un sistema de bolas y cilindros que hoy sigue utilizándose para la efectividad. Unos jóvenes andaluces que a finales de los años 70 estudiaban en Madrid y eran aficionados a la moto conocieron al pitón y primero le pidieron diez, después diez más y después más hasta convertirse en distribuidores en todo el Estado hasta principios de la década de los 90, en los que vendían unos 4.000 mensuales.

Cargando
No hay anuncios

Dado el éxito del producto no tardaron en empezar a salir imitaciones y en 1982 Duch lo patentó con la marca de su apellido. "Cuando me iba a París a presentar una novedad, a los dos meses ya salía en un catálogo de una empresa china con todo lo que yo había hecho clonado, incluso las fotografías, mis explicaciones e instrucciones", se lamenta.

Cargando
No hay anuncios

“La marca Duch la tengo en medio mundo, pero ya no quiero hacer más", dice Llegó a presentar trece querellas por imitaciones y ninguna de ellas tuvo éxito "porque un proceso así puede tardar unos diez años en resolverse y diez años es lo que dura una patente. A partir de los diez años se considera de utilidad pública y ya puede hacerla todo el mundo”, explica resignado. “Incluso me encontré con que unos chinos me propusieron que les comprara un trailer cargado de pitones. A mí, me propusieron que los comprara pitones de los que hacían de imitación de los míos. Imagínate”.

Cargando
No hay anuncios
Cargando
No hay anuncios

Trampas para cuerpos policiales

Duch abandonó los antirrobos para motos: “Pero fui a Centroamérica y vendí cajas fuertes para camiones y hay varias empresas importantes de ahí que van con cajas mías”. Una de las últimas creaciones de Duch son las trampas que utilizan varios cuerpos policiales para inmovilizar vehículos. "Hice una U para la policía cuando coge motos y desde el año 2002 también hago las trampas por los Mossos d'Esquadra, para la policía belga y, desde hace tres años, también para la Ertzaintza", explica. “Con los Mossos diseñé uno plegable y tengo una clave de seguridad de estrella única en el mundo. Los Mossos tienen una combinación sólo para ellos, la Ertzaintza otra sólo para ellos y la policía belga igualmente. Esta clave tiene dos millones de combinaciones”. “También me pidieron presupuestos las policías francesa e italiana, pero no cuajó. En el caso de los franceses, ya se sabe cómo son, que prefieren que sea hecho por un francés”, añade. "A veces me llaman los Mossos y me dicen: 'Oye, tienes una trampa en la comisaría de tráfico de Girona que se ha estropeado' y paso a buscarlo y lo reparo".

Cargando
No hay anuncios

Duch, que también fue uno de los fundadores del equipo de rugby del GEiEG hace cincuenta años, decidió retirarse como empresario y ahora conduce a un huerto y ha empezado a hacer de trabucaire. “Me lo he pasado muy bien trabajando e ideando máquinas, pero hace cuatro años dije que se había acabado. Justo una semana antes del cierre por la pandemia cerré la empresa y ahora llevo el huerto y hago lechugas, calabacines, etc.”, concluye sonriendo.

Cargando
No hay anuncios
Publicidad innovadora y directa

Los jóvenes estudiantes andaluces que acabaron convirtiéndose en los distribuidores de los antirrobos en todo el Estado, crearon una empresa llamada Zacatín que hoy ya no existe. Esta empresa hizo campañas de publicidad en la prensa la especializada como las revistas  Solo MotoyMotociclismocon mensajes directos y desgarradores de cara a su potencial comprador, algo al estilo de los anuncios que se hacían en la época. "Si no tienes a Pitón es que estás en la luna", "A prueba de bombas" o "Tú tranquilo, que con Pitón lo tienes seguro". "Dentro de la misma empresa tenían un diseñador gráfico que hacía los anuncios y pensaba los mensajes", dice Duch. "Nos gastábamos mucho dinero al año en publicidad en las revistas que cortaban el bacalao. Una página en aquellas revistas podía costar perfectamente 600.000 o 700.000 pesetas, que era mucho dinero para la época. Pero valía la pena porque la marca Pitón estaba en boca de todos, la gente sabía que estábamos en el mercado", recuerda Duch.