He defendido en esta misma columna que si las mujeres tuviéramos un acceso pleno al poder las cosas serían distintas. Y claro, enseguida hay quien te pone sobre la mesa a Marine Le Pen, Georgia Meloni, Margaret Thatcher y toda la retahíla de mujeres fachas, carcas y ultrapatriarcales para desmentirlo. Por no hablar de las jefas despóticas y explotadoras. Pues yo doblo la apuesta y también saco a colación a otras mujeres: la retahíla de parientas que nos han reprochado a todas las que hemos querido hacerlo diferente y todas las mujeres conocidas y desconocidas que disfrutan criticándonos por cualquier motivo y especialmente por ser unas bordes con los hombres, para luego dejar bien claro que ellas no son como nosotras, ellas son guays, ellas sí que aprecian a los hombres y no son unas histéricas ni unas remilgadas ni unas feminazis. No dicen feminazi, pero todo el mundo lo entiende.
Pues bien, tengo noticias, y nada frescas. Se llama patriarcado, y que se sepa patriarcado no es equivalente a hombres. El patriarcado hace referencia a un sistema de control de poder. Y todo sistema de dominación necesita cómplices, colaboradores, y quedaría fatal si todos fueran varones. El patriarcado necesita que algunas mujeres se apunten a su club para quedar bien, para deslegitimar la idea de que no quiere a las mujeres. Pero claro, lo que no dice es que las mujeres están allí para actuar siguiendo el patrón y la manera de funcionar de toda la vida. Para señalar como si fueran sus iguales a las mujeres que quieren (queremos) salir de la fila.
Cuando se habla de la idea de que sean las mujeres las que mandamos no se trata solo de que sean mujeres. Se trata de que tengan la libertad de actuar huyendo de cómo se ha actuado siempre sin que sean atacadas por querer funcionar diferente. Que establezcan relaciones a partir de la colaboración en lugar de la competencia, del consenso en lugar de la imposición, del cuidado en lugar del sálvese quien pueda. Y ya entiendo que dé rabia asociar esto a las mujeres y no a los hombres. Parece que hablemos de buenos y malos. Pero la realidad es que la mayoría de grupos de mujeres que se organizan entre sí lo hacen a partir de estas premisas. Y que la historia y las noticias de actualidad nos dicen que la mayoría de los hombres que han mandado o mandan hacen todo lo contrario. Y que para ello, insisto, han necesitado que muchas mujeres les compraran la propuesta sin protestar. Y lo han conseguido imponiendo y también con el canto de sirena del “tú sí que eres guay, no como esas pesadas”.
Ojalá las mujeres que no están por la labor se dieran cuenta de que en realidad son las colaboradoras necesarias del patriarcado. Y que son útiles mientras no levanten la voz, porque el día que se les ocurra hacerlo y cuestionar, ay, ese día entenderán que todo lo que les hemos explicado no eran exageraciones ni ataques de delirio. Y comprobarán que las guays somos todas juntas.