Contaminación y fuga al campo: dos caras de una misma moneda

Dos noticias muestran la gravedad de la situación. Por un lado, un estudio del Instituto Metrópoli calcula que en los próximos cinco años en Catalunya unas 70.000 personas migrarán de la ciudad al campo en busca de una vida más saludable. Por otra parte, los Estados miembros de la Unión Europea y el Parlamento Europeo han llegado a un acuerdo provisional para rebajar y endurecer los límites de contaminación del aire de partículas perjudiciales para la salud, para los ecosistemas y para la biodiversidad . En efecto, la percepción popular, sobre todo de la realidad urbana, es cada vez más negativa, por lo que quien puede buscar la vida –y el trabajo– en el mundo rural, huyendo así de la contaminación (y del estrés). No es un movimiento masivo, entre otras cosas porque no resulta fácil encontrar uno modus vivendi fuera de los entornos metropolitanos, y, por otra parte, en el mundo rural, por otra parte, existen menos posibilidades de sociabilidad y carencias de transporte público, servicios y actividades culturales. Pero, aun así, es una tendencia relevante y creciente que se ha consolidado después de la pandemia.

El deseo de un entorno sano es universal. La conciencia al respecto se ha acelerado. Por supuesto, la evidencia de la crisis climática está ayudando a ello, y las recientes protestas de los campesinos han sido un nuevo golpe de realidad para el malestar y la mala conciencia de los urbanitas. En el caso catalán, el perfil de las personas que emigran a las áreas rurales es generalmente el de familias jóvenes, con una media de edad de 36 años, con o sin hijos. Y el 80% son movimientos voluntarios.

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Pero no se puede caer en ingenuidades porque la contaminación, a pesar de centrarse en las urbes, no entiende de fronteras. Afecta más a los ambientes altamente poblados, pero por efecto de las grandes corrientes de aire puede desplazarse a áreas geográficas cercanas y estancarse en zonas de nieblas bajas, como a veces ocurre con las llanuras de Vic y del Urgell. Por eso la revisión que la directiva impondrá a partir de 2030 es importante para mejorar el ambiente respirable en las áreas metropolitanas, pero también en el campo. En concreto, la decisión, que se ha tomado siguiendo los consejos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), fija unos topes más estrictos para el dióxido de nitrógeno (NO₂) y para las partículas finas PM2,5, que son las que tienen mayor impacto en la salud humana. Cumplir con ese compromiso puede ser un paso adelante muy importante. El objetivo final de estas reducciones es acabar totalmente con estas emisiones en 2050.

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Puntualmente, si no se alcanzan los niveles establecidos, podrán introducirse medidas de restricción de la circulación de coches o de suspensión de obras de construcción, y los ciudadanos tendrán derecho a reclamar indemnizaciones por los daños causados ​​por la contaminación. No es esta última medida un asunto menor. De hecho, la mala calidad del aire sigue siendo una de las principales causas de muerte en la Unión Europea, donde se calcula que cada año provoca unas 300.000 muertes prematuras. La lucha contra la contaminación es una lucha por el futuro.