El Depósito de Agua Modernista del recinto fabril de Can Mario, visible desde cualquier punto de la población y con vistas a todas las Gavarres, es un gran ejemplo de cómo la industria del corcho convirtió a Palafrugell en una localidad puntera a principios del siglo XX. Sólo cinco años después de que los socios Joan Miquel Avellí, Heinrich Vincke Wischmeyer y Pau Meyer Unmack construyeran la fábrica, encargaron a un discípulo de Gaudí, el arquitecto General Guitar y Lostalo, esta estructura metálica única en el sector corchero en Cataluña . Y es que más allá de la funcionalidad de dar presión al agua, se hizo una torre decorativa con 182 peldaños en espiral hasta 35 metros con un espectacular trabajo de forja. En un momento de industrialización de una antigua manufactura artesana, ésta quiso remarcar su potencia a través de la imagen. Actualmente, se puede subir haciendo una reserva previa a través del Museo del Corcho. Desde arriba se puede disfrutar de unas grandes vistas del Empordanet, desde Les Gavarres hasta el Mar.
Cuando el corcho construyó una nueva civilización en el Empordà
El museo de Palafrugell, situado en el recinto fabril de Can Mario, triplica la exposición permanente y se convierte en el mayor del mundo dedicado a la manufactura e industria del corcho
Palafrugell (Baix Empordà)Hace cien años, la industria más gerundense de las industrias era líder en exportaciones al conjunto del Estado. En plena crisis económica después del boom productivo de la Primera Guerra Mundial, desde Palafrugell, en el Baix Empordà, se enviaban a todo el mundo grandes cargamentos de aglomerado. Eran hechos con corcho, un material que marcó durante dos siglos a todos los pueblos alrededor del macizo de las Gavarres. Ahora, un siglo después del momento más álgido de Manufacturas del Corcho SA, la fábrica que dio vida al gran recinto industrial de Can Mario en Palafrugell, el Museo del Corcho ha inaugurado este otoño la exposición permanente que revive la civilización que se creó en torno a la manufactura e industria de este material tan y tan polivalente. Una visita que recrea los cambios sociales que conllevó primero la fabricación manual de tapones de botella y la posterior mecanización, convirtiéndose en el mayor museo del mundo sobre el corcho.
Aunque nos sea difícil de imaginar, el primer taller de tapones de corcho no fue alrededor de las Gavarres, sino que nació en 1739 en Tossa de Mar, donde se instalaron taperos provenientes de Burdeos, en Francia. "El Don Perignon de los principios estaba tapado con corcho catalán", explica Àngela Martí, documentalista y encargada de la difusión del Museo del Corcho. Fue, sin embargo, la construcción tanto del Carrilet Olot-Girona-Sant Feliu de Guíxols, como la del Tren Petit, que iba de Girona a Palamós pasando por la Bisbal y Palafrugell, lo que permitió el crecimiento de los recintos fabriles como el de Can Mario u otros en Cassà de la Selva o San Félix. La industrialización cambió para siempre lo que eran poblaciones dedicadas sobre todo a la agricultura y tuvo también un gran impacto en la cultura y las ideas primero liberales y republicanas y que después derivaron en los movimientos anarquistas y en la colectivización de las fábricas.
Por eso la nueva exposición permanente del museo de Palafrugell se titula la Civilización del Corcho. La muestra significa la culminación de la museización de la primera planta del espacio, triplicando así la superficie expositiva hasta los 1.200 metros cuadrados con la muestra de hasta 700 objetos de todo tipo, muchos de ellos inéditos. A través de diferentes salas en las que abundan los materiales audiovisuales, repasamos la evolución de la manufactura del corcho. Las máquinas están acompañadas de figuras de tamaño humano que trabajan y cobran vida, a partir de sus reflexiones, de diálogos y canciones, cuando se escanean con el móvil los QR que tienen delante.
De manufactura en industria
En el siglo XVIII, en las primeras manufactureras, el proceso para conseguir un tapón de corcho constaba de once fases. Primero se hervía una hora para hacerlo más elástico, después se prensaba, se toscaba y se rebanaba, se hacían las piezas más pequeñas y finalmente vendía el tapero, que dominaba a la perfección una gaviota muy afilada, que hacía los tapones que conocemos. Luego quedaba separarlos por tamaños, hacer control de calidad –la única tarea encargada a una mujer–, lavarlos, secarlos y marcarlos. "Los trabajadores iban a destajo, podían ir deprisa y cobrar y muchos no trabajaban el lunes", dice Martí. Este ambiente, que les permitía un buen sueldo, hacía de los talleres un espacio en el que se cantaba mucho y donde incluso había una persona encargada de leer el diario. "Pero la llegada de las máquinas lo cambió todo", añade Martí.
A partir de finales del siglo XIX entran las mujeres a trabajar en las fábricas. "Los dueños se dan cuenta de que son mucho más disciplinadas y puntuales y, además, les pagan sólo dos tercios del jornal", detalla Martí. En poco tiempo pasarán a ser un 60 por ciento del total de trabajadores. Pero al mismo tiempo es una época en la que nacen las primeras cooperativas y se crean los primeros coros de Clavé, que harán despuntar a Palafrugell en el ámbito musical y también cultural.
Pero la segunda industrialización aún tardará. Hará falta el estremecimiento de después de la Primera Guerra Mundial, cuando las fábricas españolas ven cómo se quedan desfasadas respecto a los nuevos modelos europeos. Ahora bien, el recinto fabril de Can Mario, que entonces llevaba el nombre de Manufacturas del Corcho SA, despuntará con una gran innovación: la elaboración de aglomerado negro para la construcción y de otras industrias, con un interés creciente por parte de Estados Unidos.
La industria corchera sobrevive así en Palafrugell hasta que hace tres décadas la fábrica cierra y las instituciones comienzan a trabajar para convertirla en un museo. Ahora finalmente se ha completado la parte expositiva y Can Mario alberga, además del Museo del Corcho, el Museo Can Mario de escultura de la Fundación Vila Casas y la zona de los antiguos hornos de aglomerado, donde estaban las cuadras, en la sede del Instituto Catalán del Corcho. La industria catalana fue puntera gracias a la importación del corcho, sobre todo, de Portugal. Ahora es un empresario portugués quien controla a la empresa líder mundial en la fabricación de tapones de corcho: Amorim Cork.