El derecho a tener pantallas en catalán

Al final el gobierno catalán también sacará adelante una nueva ley del audiovisual propia en paralelo a la que prepara el gobierno español. El celo por la lengua, es decir, la defensa del derecho a vivir con pantallas en catalán, ha sido el detonante. Además de la escuela, el catalán, en efecto, se juega buena parte de su futuro en el entorno audiovisual. Quedarse descabalgado de esta batalla podría resultar letal.

La evolución del entorno audiovisual es meteórica: el mercado se globaliza, la tecnología no para de ofrecer nuevas posibilidades, los hábitos de consumo están en cambio permanente, los modelos de negocio también se transforman a gran velocidad. Cada vez vivimos más a través de las pantallas. Al poder histórico de la televisión se incorporaron al cabo de décadas las pantallas de ordenador y a continuación las de los móviles y tablets. El resultado es que hoy vivimos enganchados a una pantalla de luz que llevamos siempre con nosotros, como una segunda piel. Nuestra intimidad se mezcla con el consumo de ficción y de información, todo a través de las pantallas, la influencia lingüística, ideológica y comercial de las cuales es inmensa. Por eso su regulación por parte de los poderes públicos tiene tanta importancia.

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La evolución del uso social del catalán también ha experimentado una evolución muy rápida: pero en este caso, a diferencia de lo que pasa con las pantallas, ha tendido a reducirse en nuestras vidas por varios factores socioeconómicos, políticos, culturales... Un factor crucial y transversal ha sido precisamente el consumo audiovisual. Mientras el mundo televisivo dominaba la escena, coincidiendo con el inicio del autogobierno se pudo crear una herramienta como TV3 que puso el catalán en la parrilla con capacidad cuando menos de competir. Pero ya hace tiempo que las grandes televisiones generalistas (tanto públicas como privadas) han perdido el monopolio audiovisual, aquí y por todas partes. Ahora mandan las plataformas y las redes sociales. Y de nuevo el catalán está quedando fuera de juego. Por motivos demográficos y económicos, pero también de protección legal.

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Es en este contexto donde hay que leer la merecida polémica que se ha generado alrededor del proyecto de ley audiovisual española, que de entrada no consideraba la protección específica del catalán (y del resto de lenguas minoritarias del Estado), y que hay que entender la necesidad, a la vez, de una nueva ley audiovisual catalana que supla la de 2005: tres lustros, en estas cuestiones, pueden ser una eternidad cuando el consumo televisivo y audiovisual ha cambiado radicalmente. La oportunidad de fijar un doble marco legal, catalán y español, que garantice la vitalidad de la lengua catalana en el universo audiovisual tendría que ser una línea roja, no solo para el Govern de coalición independentista, sino también para el conjunto del catalanismo, más allá del soberanismo. La regulación de cuotas específicas para el catalán en las plataformas en línea como Netflix, HBO y Amazon Prime es ahora mismo una necesidad perentoria para garantizar la supervivencia de un idioma que, si no es así, corre el peligro de perder el tren de la cultura popular, de ir quedando fuera de la contemporaneidad. Si queremos que el catalán siga siendo una lengua viva y útil, hace falta que tenga sus oportunidades y su espacio garantizado en el gran mundo global del audiovisual.