El deshielo avanza, puede que nos vayamos adaptando a lo que vendrá

La nevada de este fin de semana no debe hacernos perder la visión de conjunto. De hecho, lo cierto es que las estaciones de esquí catalanas no han podido abrir porque la nieve ha llegado muy tarde y hasta ahora no la había llegado. caído lo suficiente. Es una situación que se va repitiendo muchos años y que será más habitual en los próximos años. se nota más en alta montaña –en el Pirineo ha subido un 4% en las cotas altas en los últimos 175 años, y además la cordillera ha perdido ya el 95% del hielo, que se va fundiendo y no se renueva, por lo que el 2050 ya habrá desaparecido del todo–. Así las cosas, aunque ahora mismo detuviéramos de repente la emisión de gases de efecto invernadero –lo que sería deseable por muchas razones pero que no llevamos camino de hacer; por el contrario, están aumentando aún más–, el deshielo de los glaciares no se detendría, ni tampoco el del Ártico, lo que sin duda provocará un cambio en el clima global en muchas partes del mundo.

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Sabemos lo que va a pasar porque en parte ya está pasando. Fenómenos como la última DANA en Valencia, por ejemplo, serán más frecuentes. Todo el verano hemos estado publicando que la temperatura del agua del mar subía a niveles de récord histórico y este mismo diciembre se han vuelto a batir récords en las Medes, por eso la gota fría es cada vez más intensa. Los expertos avisan de que el deshielo de los glaciares alpinos provocará, como ya hace en algunas zonas de los Andes, los Alpes o el Himalaya, más aludes y, en un futuro próximo, una bajada del caudal de agua dulce de los ríos. Además, el deshielo del Ártico cambiará las corrientes marinas que regulan el clima, y ​​el de la Antártida puede contribuir a una subida repentina del nivel del mar que tardará unos años pero que verán a los nietos de los padres jóvenes de hoy en día .

Vistas así las cosas, lo urgente es que nos empecemos a preparar para lo que vendrá. Sin alarmismos pero con una resignación proactiva para combatir los peores efectos. Muchas de las infraestructuras que necesitamos necesitan mucho dinero, tiempo y una planificación a largo plazo. Pueden pasar años, por ejemplo, hasta que no estén terminadas las obras para sacar las vías de tren que ahora pasan por la costa, o para remodelar y eliminar las construcciones de los paseos marítimos, o para remodelar las aceras de todas las rieras, o por adecuar las alertas para dar seguridad a la población. Hay mucho trabajo por hacer que necesita una estrategia clara y sostenida en el tiempo. Sabemos, porque lo estamos sufriendo en Cercanías y otras grandes infraestructuras, que desde que se aprueba una obra pública hasta que se ejecuta pueden pasar décadas. Por tanto, no tenemos mucho tiempo y ante todo hay que llegar a los consensos de lo necesario y urgente. La situación internacional en los próximos años puede no ser muy favorable –la extrema derecha está ganando terreno en Estados Unidos, Alemania e India– y tiene una peligrosa tendencia negacionista que puede agravar el problema, pero debemos poner las luces largas y pensar ya en cómo queremos que sea el país en 50 años. Ya llegamos tarde.