Ópera

Doble debut catalán en la Scala: "Después de eso ya no descarto nada de nada"

El barítono Enric Martínez-Castignani y la soprano Sara Blanch se estrenan en Milán, en el teatro de ópera más icónico del mundo

Dos cantantes líricos catalanes se estrenan en el teatro de ópera más icónico del mundo, en una temporada que inauguró otro catalán, Lluís Pasqual, director de escena en Don Carlo de Verdi. Hablamos con el barítono Enric Martínez-Castignani y la soprano Sara Blanch antes de ese gran salto de escalera en sus carreras.

Enric Martínez-Castignani: "Ya no descarto nada"

Hoy es su cumpleaños y mañana debuta en el templo de la lírica por antonomasia. Una oportunidad que, a estas alturas de su trayectoria, le parecía remota. “Después de más de treinta años he comprobado que lo que defiende la física cuántica es cierto. Todas las posibilidades están ahí y sólo deben pasar”, afirma.

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Está “nervioso y excitado”, pero ganan la ilusión, la pasión y la confianza de haber sido reclamado explícitamente por Christof Loy, uno de los directores de escena más influyentes del mundo. “Un viernes en el metro, a las 10 de la mañana, me llama mi agente y me pregunta cómo llevo el francés. Le digo que bien. Me dice que me proponen participar en el estreno mundial de la nueva producción de Werther a la Scala y que el propio director me ha pedido, ¡que me quiere a mí!”, explica con vivacidad. A estas alturas Enric ya sabrá dónde lo había descubierto, pero en el momento de nuestra conversación todavía era un misterio. “Es la primera pregunta que le haré cuando me encuentre. «Christof... ¿dónde estuve tan bien?»”, bromea.

Es la primera vez que se enfrenta al personaje. “Solo le pedí a mi agente una hora para mirarme la partitura. Me la bajé en PDF y en un banco de un parque vi que era posible. Y dije: «Adelante»”, explica. A los tres días firmaba el contrato. “Después de eso ya no descarto nada. Ya no lo descartaba antes, pero ahora la prueba es irrefutable”, asegura. Considera que una carrera larga y sólida es una mezcla de suerte y valentía: “En esta profesión o tienes cojones o no te dediques”.

Hasta el 2 de julio será Johann en Werther, una ópera de profundo lirismo que Jules Massenet compuso en 1892, partiendo del libro homónimo en el que Goethe había configurado el héroe trágico romántico por excelencia. “Una historia tremenda, del romanticismo puro, cuando la gente se suicidaba por amor, con una preciosa música. Los personajes principales, sobre todo Werther, están torturados. Pero Johann, y su compañero Schmidt, son más terrenales: estamos siempre en el bar, borrachos, hacemos vivas en Baco y burlas de la gente que entra en la iglesia o de la que quiere tener una relación estable. Aportan un contrapunto y tienen mucha presencia en el primer y segundo acto”, explica.

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Formación en Alemania

Enric encara el reto con el respeto de siempre, pero con la tranquilidad de quien ya ha superado unos cuantos en un entorno de máxima exigencia: “Tienes que aprender a hacer coraza y saber cuál es la línea roja que no permitirás traspasar. Y defenderla elegantemente”. Durante más de dos meses ha convivido dentro de una familia de 300 personas "donde debes conocerte deprisa". La tensión aumenta cuando se trata de estrenos mundiales y la presión ambiental crece a medida que se avecina el día de confrontarse al público: “La semana antes puede pasar cualquier cosa: todo el mundo está muy nervioso y saltan chispas a la mínima. Yo esto ya me lo conozco e intento mantener la calma pase lo que pase. Decir «Sí, maestro» a todo”.

Enric ha vivido estos meses previos al estreno en régimen “monacal”, aprovechando los descansos entre ensayos para pasear, leer y visitar museos. Y ahora que ya se ha familiarizado con Johann, está convencido de que lo hará "estupendamente". Empieza a entender por qué el director de escena le pidió a él: “Me va mucho. Tiene una carga actoral importante y estos grandes directores lo que quieren es que todos los personajes, tengan el peso que tengan, trabajen mucho sobre la escena”. Exigen cantantes-actores y con frecuencia los llevan al límite. “No es fácil trabajar con ellos. No tienen fin a la hora de pedirlo. Cuando pidieron hasta aquí, van hasta allí. Y puedes romperte”, explica después de haber superado episodios de vulnerabilidad.

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Admite que tener un segundo apellido italiano puede haber contribuido para que se le abran las puertas de la Scala. Su familia materna, originaria de la región de las Marcas, era melómana: “Mi abuelo tocaba elorganillo y la bandurria y formaba parte de la claca del Liceu. Iba arriba y le pagaban cuatro duros por aplaudir. Él había visto a todos los grandes, Fleta, Tebaldi... y me lo contaba”.

Pero decidió estudiar en Alemania, y no en Italia, cuando ya tenía una carrera de enfermero y un buen trabajo aquí. “Trabajé en Vall d'Hebron tres años de noche, sin dejar nunca de estudiar música. Había dos días a la semana que no dormía. Era interino y, cuando quisieron hacerme fijo, decidí marcharme a Mannheim. Sin becas ni nada. Con sus ahorros”.

Habla contento, apasionado, orgulloso incluso de aquellos años de esfuerzo constante y de “penurias económicas”. Cuando se le acabó el dinero trabajó en el Badisches Staatstheater Karlsruhe para poder mantenerse. Y cuando regresó a Barcelona, ​​con 29 años, había perdido prácticamente todos sus contactos. Por si fuera poco no le convalidaron el título de máster alemán y tuvo que volver a cursarlo aquí: “Fue una opción de vida brutal, pero una programadora me dijo una frase que me ha quedado supermarcada: «Has vuelto de Alemania; ahora ya sabes cantar»”. ¿Y qué es saber cantar? “Lo sabes con los años. Es tener la tranquilidad de poder transmitir lo que existe en una partitura. Pero no sólo las notas y el texto, sino los sentimientos y la intención del autor. Y, además, que al público le llegue”, considera.

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Voz en evolución

Hasta ahora los grandes puntos de giro de su carrera han sido ganar varios concursos de canto, el debut en La Fenice y los veinte años de relación con el Liceu, hasta el 2019: “A partir de ahí nunca he trabajado más . Lo siento, porque es el teatro de mi ciudad, lo conozco muy bien, es donde me he formado. Claro que me gustaría volver”.

Comenzó como barítono lírico pero enseguida derivó hacia una categoría algo “extraña”, la de barítono buffo. “La voz me ha realizado unos cambios que no me esperaba. Ahora me la siento mejor que nunca. Cuando me ha entrado el vibrato he ido a por todas. Técnicamente siempre al máximo, es lo único que puede salvarte”. El físico es también un condicionante. Él es delgado y no muy alto ya veces le han rechazado porque no daba al personaje: "Son cosas que vas aprendiendo, a buscar roles que encajen con tu figura". Pero está preparado para hacer Scarpia, el malísimo de Tosca, asociado normalmente a físicos más contundentes. “Es uno de los papeles que me faltan por hacer, sobre todo por la parte actoral, creo que le podría aportar algo mucho chula. Sería feliz”, declara.

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Tiene una edad idónea pero es consciente de la inestabilidad de su profesión. “En mi trabajo o vas haciendo o desapareces de un día para otro. Yo estoy preparado para ambas cosas”, reflexiona. Y siempre con la dignidad como divisa: “Yo me grabo mucho y tengo a mis personas de confianza. Si detecto que no cumplo mis mínimos, me retiraré”.

Sería bonito, sin embargo, que antes volviera al Liceu, mientras impulsa su faceta de gestor cultural, un “plan B” que ya ha explorado con éxito.

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Sara Blanch: "Me llega en el momento justo"

También cumplirá años en Milán, quince días antes de su debut el 26 de septiembre en la Scala, la soprano Sara Blanch. Interviene en La Orontea, de Giuseppe Calci, una ópera barroca muy representada en el siglo XVII pero poco conocida hoy entre el gran público.

Ella tampoco la conocía cuando le ofrecieron el papel de Tibrino, no muy extenso pero con peso específico. "Me hace gracia interpretar a un personaje travestido, porque hay pocos para soprano", explica. No será la primera vez: acaba de hacer el Oscar deUn ballo in maschera en el Liceo. De registro lírico-ligero, Blanch ha cantado sobre todo Rossini, Donizetti, Bellini y Mozart y espera hacer La Traviata algún día.

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Nació en Darmós, un pueblecito de 100 habitantes que pertenece a Tivissa (la Ribera d'Ebre), hija de padre compositor y director de coro y orquesta, y madre pianista. Se injertó de música desde pequeña: "En casa había encuentros con el colectivo de compositores de Tarragona y yo corría por allí". Aparte de canto y piano, también estudió danza, lo que le permitió tomar conciencia corporal. "Conocer cada parte del cuerpo ayuda a trabajar la técnica vocal", asegura.

Hasta llegar a Milán, recita su agenda –que marea– de memoria. Vuelta el mundo desde que ganó ocho premios en el concurso Tenor Viñas en el 2016, después de que el año anterior se quedara a las puertas de la final: “Representó la oportunidad de pisar los teatros más importantes del estado español y de tratar con primeras figuras. Y poco a poco empecé a cantar en todas partes, sobre todo en Italia”.

Trabajo interior

Ahora ya se considera “madura” para debutar en el teatro de ópera de más tradición del mundo. “Es el momento justo. Es perfecto. Me siento preparada, como cantante y como persona. Las cosas llegan cuando te abres mentalmente”, reflexiona.

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La psicología y la filosofía interesan mucho a Sara: “He trabajado mis dudas y miedos con ayuda exterior porque a menudo uno mismo no tiene los mecanismos”. Ha aprendido a focalizar para no perder energía: "Si estoy concentrada en mí, si estudio, si me preparo bien, si lo hago con todo el amor y toda la ilusión, entro en una especie de paz". Y también a relativizarlo todo, incluso las críticas: "La persona más especializada en lo que hago soy yo".

Esta dedicación tan exigente es compatible con la pareja, músico como ella, pero la cuestión de los hijos suscita un debate de altura, teniendo en cuenta que en el 2023 sólo pasó veinte días en su casa de Barcelona. “Hay que ser muy consciente a la hora de tenerlos. Tienes que pensar qué representa, para ti y para él, y cómo podría gestionarse”, apunta. La sociedad a veces empuja pero “tener a un hijo es algo tan importante que no puedes dejarte llevar por eso”. Si llegara el momento sería para hacerlo todo: "Un hijo no puede hacerte renunciar a lo que más te gusta".

El compromiso de Sara con su arte es absoluto: “No quiero cantar bien. Debe ser algo más, relacionado con la búsqueda de uno mismo y de la vida. Transmitir la verdad de lo que estás cantando. Transformarte en ese personaje y lo que está viviendo para que la emoción sea real”. No hay grieta, no hay fisura. Hay una convicción y una devoción absolutas en lo que respecta.