Homenotes y danzas

Un duende bautizó la marca Rolex

Hans Wilsdorf impulsó a la compañía, que enseguida tuvo claro que los relojes de bolsillo pasarían a la historia

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Hans Wilsdorf

Cada año, un millón de muñecas pasean orgullosos su nuevo estatus de trinca. Se corresponden al millón de relojes Rolex que se venden anualmente, un complemento de lujo que con los años se ha convertido en una marca de estatus y motivo de distinción para quien puede lucir. No deja de tener mérito haber construido una marca de consumo aspiracional que a su vez es líder en ventas a escala mundial (un 25% de cuota de mercado entre los relojes de prestigio).

Cuando el bávaro Hans Eberhard Wilhelm Wilsdorf emigró a Inglaterra, con sólo 22 años, se llevaba bajo el brazo un profundo conocimiento en relojería aprendido mientras trabajaba para un relojero suizo de La Chaux-de-Fon. Había quedado huérfano a los 12 años, pero tenía suficiente convicción para superar todos los obstáculos que se le presentaran. Pronto su obsesión fue el diseño de un reloj de muñeca que se adaptara a la agitada vida del cambio de siglo. La gente de la época había empezado a realizar deporte, a organizar excursiones por la montaña y, sobre todo, había aparecido la aviación. Y precisamente fueron los pilotos los primeros en abandonar el reloj de bolsillo por una simple cuestión operativa.

En la capital inglesa estableció su propio negocio, Wilsdorf & Davis, y con el paso de los años los diferentes premios y acreditaciones por la calidad de sus productos no pararon de lloverle. En 1919, una nueva mudanza le llevó a establecer la sede de la compañía en Ginebra (Suiza), donde llegó al mundo el modelo más exitoso de Rolex, el mítico Oyster (1926), el primer reloj sumergible de la historia . Poco después, Mercedes Gleitze se convirtió en la primera nadadora que atravesó el canal de la Mancha con un Oyster en la muñeca, circunstancia que dio fama internacional a este modelo, que acabó imponiéndose como el más utilizado entre deportistas de todo el mundo. La empresa, reconocida por la imagen de la corona de cinco puntas que diseñó el propio Wilsdorf, siguió innovando en cada modelo, hasta constatar que las palabras de su fundador pronunciadas antes de la Primera Guerra Mundial habían sido proféticas: “Los relojes de bolsillo desaparecerán por completo y serán sustituidos por los de pulsera”.

Después del Oyster continuaron llegando modelos como el Perpetual (1931, el primer reloj automático), el Datejust (1945, el primero con ventanilla para la fecha), el Tudor (1946, un modelo en precio reducido que hoy todavía se mantiene), etc. La Segunda Guerra Mundial también aportó su propia leyenda a la marca, cuando el teniente John Francis Williams contactó con el fabricante desde el campo de prisioneros en el que estaba internado para pedir que le hicieran llegar un reloj. Parece que el propio Wilsdorf se encargó personalmente de la gestión. Si esta historia es cierta, es probable que el reloj que se subastó el 2 de diciembre del 2015, junto a las medallas de guerra de un militar con el mismo nombre, sea precisamente el protagonista de la anécdota. Por cierto, el precio final fue de unas 200.000 libras esterlinas.

Justo después de la muerte de su mujer, en 1944, y sin hijos, puso en funcionamiento la Hans Wildorf Foundation, a la que transfirió la propiedad de la empresa. Hoy sigue existiendo la misma estructura y el 100% de las acciones pertenecen a la fundación, lo que permite que los beneficios que reparte la firma se destinen a causas sociales. Pese a la opacidad de la empresa, se sabe que la facturación se acerca a los 8.000 millones de euros y que, por tanto, debe inyectar unos 1.000 millones de euros cada año a la fundación (casi dos tercios destinados a proyectos sociosanitarios).

Una vez llegados hasta aquí, quizás más de uno se pregunte de dónde salió la palabra que dio nombre a la marca, porque ni tiene relación con el apellido del fundador ni parece que haga referencia a ningún concepto en concreto. La respuesta la dio el propio Wilsdorf hace muchos años: un día, circulando por Londres en autobús, un duende se le acercó y le dijo al oído una palabra: Rolex.

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