Escribo este artículo en plena eclosión del caso Rubiales y su actitud mezquina y despreciable de abusador que se sabe impune. Pero esta vez la impunidad se ha ido a tomar viento.
La selección española de fútbol femenino ha ganado el Mundial a pesar de todo. Pese al sufrimiento de las jugadoras por el trato que reciben del seleccionador. Un trato que ya denunciaron en el 2022 y que empujó a quince jugadoras, encabezadas por Aitana Bonmatí y Mapi León, a renunciar como medida de protesta por la continuidad de Jorge Vilda. Entonces el caso pasó casi inadvertido y se las calificó de exageradas, histéricas y poco profesionales. Las jugadoras que continuaron y las que renunciaron se han respetado y no ha habido mal ambiente. Éste continuar no era nada fácil, como tampoco renunciar. Y la sinergia entre ambas decisiones es ahora evidente. Porque ha hecho falta que las que se han quedado ganaran un Mundial de fútbol (¡un Mundial de fútbol!) para que el mundo se dé cuenta de que las que se marcharon tenían razones poderosas. Para que un grupo de mujeres sean creídas, las ha tenido que ver todo el planeta.
Y ésta es una de las ganancias inmensas que debemos a la actitud valiente de Jennifer Hermoso y sus compañeras, tanto las que se quedaron en la selección como las que se fueron. Que ese muro de incomprensión con el que topamos las mujeres cuando explicamos a tantos hombres cualquier vivencia machista se ha roto. Por primera vez desde la ola feminista del Me Too, muchos hombres se han sumado sin complejos a condenar la acción del energúmeno Rubiales y sus acólitos. Porque, a pesar de estar a nuestro lado, demasiadas veces callaban para no incomodar a sus iguales. Y esta vez no fue así. Esta vez todo ha sido diferente y espero que entre el momento en que escribo esto y cuando se publique, el efecto todavía se haya multiplicado más y más y más.
Porque hasta ahora lo que ganaba era el efecto Rubiales. Que la palabra de un hombre abusador poderoso y su influencia ganaban la partida, ya fuera por el miedo a las represalias, por la falta de credibilidad que causaba su reacción a cualquier denuncia, por el silencio en el que caía la denuncia o por la ausencia total de castigo penal y/o social. Y esta vez no. Jennifer Hermoso le desmiente y la creemos, la creen, y abre la vía a lo que quiero llamar a partir de ahora el efecto Jennifer Hermoso, un efecto cargado de poder, justicia y sororidad. Se acabó. Se acabó. No hay vuelta atrás. ¡Vamos!