Una epidemia de 'padrazos'
MadridEn una entrevista reciente, el psicólogo Máximo Peña, autor de Paternidad aquí y ahora(Arpa), me contaba que actualmente tenemos una epidemia de hombres que son alabados por cuidar de sus criaturas. Por no hablar de si añadimos a la hazaña tareas domésticas y organizativas. “Lo que para ellas es lo normal, si lo hacemos nosotros es extraordinario”, decía. Tengo una amiga que siempre se queja de que los cuidados solo importen cuando son ellos quienes los ejercen, y vaya si tiene razón, porque parece que hemos empezado a hablar de la importancia que tienen justo cuando ellos se han ido incorporando, a cuentagotas, al ajetreo cotidiano que impone cuidar de otros. ¿Acaso se puede vivir sin cuidar de alguien, aunque sea de una misma?, me pregunto.
En Chica, 1983 (Gatopardo), Linn Ullmann escribe sobre su padre: “Comienzo mi jornada de escritura tendiendo la sábana y la funda del edredón recién lavadas de las puertas del piso de Torshov y pienso en mi padre, que claramente era un gigante del arte. Mi padre nunca habría empezado el día lavando y doblando sábanas. Nunca se le habría ocurrido empezar su jornada de trabajo tendiendo sábanas húmedas y no habría permitido que nadie las colgara de las puertas. Ni siquiera querría haber visto una sábana húmeda”. Para aquella generación, la de nuestros padres, limpiar el váter, acompañar una noche de vomitonas infantiles o pensar siquiera en lavar una sábana eran probablemente, para la mayoría, asuntos que no les pertenecían. No me creo que hoy hayamos avanzado tanto como para haber superado esa desconexión masculina. Pese a una mayor implicación y concienciación, pese a una paternidad más consciente, las dinámicas sociales y políticas en torno al cuidado, y a la logística que conlleva hacer funcionar la vida, giran en torno a la externalización.
Escuelas infantiles, horarios ampliados, extraescolares, mujeres en situaciones precarias que limpian las casas de eternos aspirantes a una clase media, empresas de comida a domicilio, platos preparados… ¿Cuántos están dispuestos a mancharse de barro? A veces sospecho que la proliferación de tanta ayuda externa no es más que una forma elegante de decir: si no lo vais a hacer vosotras, vamos a encargárselo a otras personas. Básicamente, escurrir el bulto. O, más allá: vamos a encargárselo a otras personas para no discutir de quién hace qué. Luego está la cuestión socioeconómica, que muchas veces pasa desapercibida. Según un artículo publicado en 2022 en la Revista Española de Sociología sobre la implicación del padre en las tareas domésticas y en el cuidado de las criaturas, partiendo de un análisis del discurso de la infancia, en los hogares con mayores recursos económicos y laborales los padres participaban más que en los hogares más precarios. Sin embargo, al indagar un poco más, comprobaron que, incluso en estos hogares, siempre hay actividades que no asumen. Además, en todos los hogares, independientemente del estatus, los niños y las niñas manifestaban desigualdades en la asunción de las tareas domésticas.
Esto sí que sería extraordinario
En el velo de ternura que recubre a ese padre colaborativo y atento, también denominado padrazo, hay una grieta que nos deja ver, si queremos, las tareas que se dejan de hacer y las que se externalizan, pero no hay ni rastro de las exigencias que sí cargan las madres por el hecho de ser madres. Tampoco las culpas; ni las asumidas ni las depositadas en nosotras. No creo que sea casualidad que el listado de responsabilidades que se atribuyen a las madres sea mucho más extenso que el que imaginamos para los padres.
Me decía Máximo Peña también que está bien que proliferen los padrazos, que se multipliquen, porque si cada vez más hombres asumen sus responsabilidades llegará un momento en el que no hará falta llamarlos padrazos, ya que entonces habremos alcanzado una igualdad real en materia de cuidados. Quizás sea cierto esto, que llegará el día en que dejemos de sorprendernos de que haya hombres cuidadores. De esos que no escurren el bulto. Eso sí que será extraordinario.