La estafa del fantasma de Lady Di
The Crown, una de las mejores series que nos han proporcionado las plataformas, ha llegado a la última remesa de capítulos con una decepción inconmensurable. La primera parte de la sexta temporada recién estrenada en Netflix se centra en la muerte de Lady Di. Seguramente era uno de los tramos históricos más difíciles de contar, porque en los últimos veinticinco años hemos visto múltiples documentales, series y telefilmes que recrean la tragedia y todo lo que rodeó el accidente del coche en el que viajaban Diana Spencer y Dodi Al-Fayed. Era interesante ver cómo lo haría The Crown, sobre todo porque se ha caracterizado por un cierto rigor histórico y la capacidad de desgranar con audacia los complejos mecanismos emocionales de la familia real británica. Pero especialmente el cuarto capítulo de esta última temporada no está muy lejos de un telefilme del domingo por la tarde, especialmente el último de la primera parte. La incomprensible decisión de hacer hablar a los muertos, que reaparecen en forma de fantasma, es uno de los recursos más amateurs. Verlo en uno de los puntos álgidos de The Crown provoca estupor. Encima, los fantasmas aparecen para decir obviedades.
Cuando el príncipe Carlos vuelve hacia Londres con el ataúd de Diana en el avión real, habla solo. Un cliché de escritura de los personajes que experimentan el duelo. Para paliar la chapuza, Diana se le aparece sentada en el asiento de enfrente. "¡Tada!" incluso dice ella para hacerse cómplice de la trampa y simbolizar la magia de la tele. Va vestida con una austera camiseta negra, que es como se visten las fantasmas más elegantes para volver al mundo de carne y hueso. Ella se muestra absurdamente agradecida, con piropo incluido: “Gracias por venir al hospital. Tan afectado, tan roto, tan guapo”. Y teorizan sobre si la familia real estará mejor sin ella. Más tarde, (¡tadá!) Diana se le aparecerá a la reina, mirando la tele y comentando las imágenes. La fantasma dará una lección a Isabel II: “Desde que tenemos memoria nos has enseñado lo que es ser británico. Podrías demostrar que tú también has aprendido”. Dodi Al-Fayed también se le aparecerá (¡tadá!) como fantasma a su padre, Mohamed Al-Fayed. El multimillonario lo aprovechará para decirle que lo amaba y que era un hijo perfecto. Lástima que esto ya lo habíamos entendido solo con el aullido que hace el hombre cuando ve el cadáver del hijo en el depósito. A Dodi ni siquiera la muerte lo transformará. Continuará sumiso, en una reiteración de lo que hemos visto hasta entonces.
Todo lo que dicen los fantasmas de The Crown podrían haberlo verbalizado los vivos. Y ni haría falta, porque el espectador tiene la capacidad de interpretar sin necesitar la literalidad de pensamientos póstumos. La serie degenera en una invención torpe pero, sobre todo, cómica. La muerte debe ser digna. Y para ser verdaderamente trágica, debe ser definitiva. Toda la emocionalidad que Peter Morgan pretendía dar a estas escenas de conmoción las ha convertido en folletonescas. Lleva el drama al estereotipo fácil con errores propios de guionistas inexpertos. Y arrastra la elegancia narrativa a la vulgaridad de una telenovela barata.