¿Cómo se filma la muerte digna?
Aparte de 'La habitación de al lado', de Almodóvar, que se estrena esta semana, la muerte asistida ha formado parte de los guiones de algunas de las películas más reconocidas y aclamadas
“Quiero sentirme acompañada. Con esto ya tengo suficiente”. Es sencillamente eso lo que le dice Tilda Swinton a Julianne Moore cuando decide pedirle que le apoye en la decisión que ha tomado. Quiere morir dignamente. Es La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, que se ha estrenado este viernes en los cines después de ganar el León de Oro en el pasado festival de Venecia. “No es un asunto político, sino humano. Las personas debemos ser libres para vivir y también para morir cuando la vida nos resulte insufrible”. Golpe escuchar al cineasta pronunciar estas palabras mientras agradece su premio. Golpea porque da fe no sólo de una opinión propia sino de la responsabilidad que asume en tanto que personalidad pública mundial, un artista respetado y reconocido en todo el mundo que se pronuncia de forma clara y precisa sobre un tema eternamente incómodo, un tabú alargado en el tiempo que choca con muchas restricciones de la moral y la religión. Con muchos gobiernos que temen abordarlo y legislarlo con valentía. El mero hecho de que alguien como Almodóvar decida hacer un filme sobre la necesidad del derecho a morir dignamente va mucho más allá del mero acontecimiento fílmico, cinematográfico o creativo, es una aportación cívica a una realidad social, a una reivindicación largamente proscrita, silenciada, mal vista si no perseguida y penalizada. Una necesidad humana, sí, que todavía en 2024 es fuente de suspicacias y miradas refractarias. Sin ir muy lejos, en las emisoras radiofónicas financiadas por la Iglesia —hay una estatal y una catalana— si estos días se menciona La habitación de al lado, hay una consigna clara y obligatoria: no se puede pronunciar la palabra eutanasia.
Viene a cuento mirar un poco atrás y rebuscar en la memoria cinéfila cuando apareció en el cine por primera vez la idea de la muerte digna, la posibilidad de la eutanasia. Tal vez sea el clásico antibelicista Johnny cogió su fusil (1971) la primera vez que, sin subterfugios ni metáforas, se abordaba de forma inequívoca. Fue el gran Dalton Trumbo —recordemos, el guionista deEspartaco que había sido uno de los grandes nombres perseguidos por la Cacería de Brujas— quien para su debut en la dirección optó por adaptar su propia novela: la historia de un soldado de la Primera Guerra Mundial que se despierta en el hospital y se da cuenta de las múltiples mutilaciones que ha sufrido. Ante tan terrible panorama, no duda en clamar para que le dejen desaparecer de este mundo. ¿A quién pedirlo? Siempre suele ser una de las grandes preguntas. Es, recordémoslo, la gran pregunta que pone sobre la mesa Mar adentro (2004), el filme de Alejandro Amenábar que ganó el Oscar al mejor filme de habla no inglesa y que lleva al cine la odisea vital de Ramón Sampedro. Quizás el caso más conocido de todos, el que despertó las conciencias de muchos sobre un tema eternamente silenciado, el caso del gallego parapléjico que llevó hasta las últimas consecuencias la reivindicación de la muerte digna. Mar adentro ganó el Oscar, sí, pero es que el año anterior la misma categoría recayó en Las invasiones bárbaras (2003), de Denys Arcand, que también aborda de lleno el tema: un hombre enfermo de cáncer terminal acepta que el final llega, despeja cualquier continuación de tratamiento y pide a sus seres queridos que quiere despedirse de ellos. No hay duda de que los dos galardones consecutivos posicionaron internacionalmente sobre el mapa el debate de la eutanasia.
Otros logros cinematográficos
Entre el filme de Trumbo y los de Arcand y Amenábar, dos hitos incontestables, encontramos un corolario de filmes que, de forma más o menos velada, también se atrevieron a ellos. Es el caso de Mi vida es mía (1981), intimista adaptación de una obra de teatro que triunfó en Broadway en la que Richard Dreyfuss da vida a un escultor que se queda paralítico tras un cruel accidente de coche. Su vida, por supuesto, cambia de forma muy brusca. Y también la de su familia. No se suele mencionar este filme cuando se habla de cine y bien que lo merece, por su singularidad bastante a contracorriente en el Hollywood de primeros años ochenta y, sobre todo, por la muy convincente creación de Dreyfuss. Sí que es bastante más popular Mi vida sin mí (2003), de Isabel Coixet, que si bien no toca de lleno la decisión de la muerte digna sí golpea como mira de cara y sin subterfugios la irremediable enfermedad que sufre su protagonista, de tan sólo veintitrés años y madre soltera. También Cosas que importan (1998) que retrata también la lucha contra el cáncer desde el núcleo familiar, los recelos, las suspicacias y la forma en que mirar de cara a la inminencia del final cuando éste es un horizonte inexorable y el enfermo desea ya que llegue.
Cómo olvidar Million Dollar Baby (2005), ¿de Clint Eastwood? ¿Cómo olvidar la historia de amistad entre los protagonistas, la humanidad y emoción que transpiran todos los rincones del filme? Y, sobre todo, ¿cómo olvidar el final, cuando la decisión, dolorosa e inevitable, se materializa? La sensibilidad de Eastwood para retratar una mirada a la eutanasia tan profunda y compleja ha convertido el filme en un clásico moderno, una obra querida en todo el mundo.
Al igual que lo es Amor (2012), la obra de arte de Michael Haneke y el matrimonio de ancianos que ya no quieren prolongar su vida y desean un final juntos. Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, dos recitales, dos creaciones que son dos obras maestras. Y terminamos mucho más cerca de casa. Con la que sin duda es la mejor de todas las películas de Cesc Gay. Truman (2015), el regalo de conocer cómo se filma la amistad, con sensibilidad extrema para los matices, las dudas, el dolor de la despedida. Como Ricardo Darín confía en su amigo del alma, Javier Cámara, para acompañarle en la decisión de no tratar más la enfermedad que le está carcomiendo. La dignidad, la generosidad y el sentido de la vida.