Francia y Europa: cómo salir de la polarización

Francia ha detenido el peligro de que la ultraderecha accediera al poder. Le Pen y Bardella han visto frustrado lo que después de la primera vuelta parecía un ascenso imparable. La movilización republicana, plural ideológicamente aunque con predominio del nuevo frente de izquierdas, ha triunfado con el primer puesto del Nuevo Frente Popular (NFP) y el segundo puesto para el Ensemble del macronismo, que ha aguantado el golpe. Ha habido una fabulosa participación: la más alta desde 1981. Pero la mayoría de franceses no han ido a votar a un programa de gobierno, sino a un SOS contra el extremismo xenófobo. En cada circunscripción, los ciudadanos republicanos han optado por el candidato mejor situado que el heterogéneo bloque de los partidos republicanos había elegido para frenar al Reagrupament Nacional (RN). Y se ha logrado. De entrada, pues, es necesario felicitarse. El temerario adelanto electoral del presidente Macron no ha sido tan desastroso, pero el resultado no deja de ser una Asamblea Nacional con mayor división y más polarización. Francia fracturada. Será difícil que el gobierno tenga estabilidad parlamentaria. Ante el inmediato 14 de julio y los Juegos Olímpicos de París, de momento el presidente ha decidido alargar la vida del ejecutivo del primer ministro Gabriel Attal no aceptándole la dimisión, una forma de ganar tiempo ante un rompecabezas complicado.

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París y Bruselas respiran aliviadas. Pero los más de 10 millones de votos franceses en la extrema derecha están aquí, como una amenaza latente y una realidad de un malestar. Como ya se ha visto con el anuncio de alianza en la Eurocámara con el húngaro Viktor Orbán, Le Pen seguirá presentando batalla con la vista puesta en las presidenciales de 2027. La RN se instalará en una oposición dura frente a una mayoría a estas alturas difícil de cohesionar. Ahora, pues, la clave está en ver hasta qué punto hay margen para un entendimiento en la centralidad entre el alma moderada de la NFP y el macronismo. Mélenchon, decidido a capitalizar el éxito del frente popular, no lo pondrá fácil. Como ya se vio en la noche electoral, su maximalismo puede hacer embarrancar una vía de consenso con un programa reformista y defensor de los grandes valores republicanos. Tampoco Macron, que ha pecado de un altivo distanciamiento de la calle, está en la mejor disposición para liderar una operación de reencuentro con las izquierdas moderadas.

La polarización liderada por la extrema derecha se mantiene en el centro del tablero político francés y europeo. Si en Reino Unido la gran subida en votos del UKIP de Nigel Farage ha restado fuerza a los tories y ha beneficiado al laborismo, que ha conseguido capitalizar la moderación para pasar página al caos del Brexit de la era conservadora, en Francia hace ya tiempo que la derrota de los partidos tradicionales de izquierda y derecha ha ido alimentando el proyecto ultra de Le Pen . El gran reto es cómo hacer que el electorado deje de caer por la pendiente del odio a la diferencia y deje de creer en cantos de sirena demagógicos. Sólo con gobiernos honestos y pedagógicos, que hagan frente a los grandes retos de la vida cotidiana (vivienda, educación, salud, trabajo) ya los grandes retos globales (crisis climática y migraciones), se podrá recuperar la confianza de la ciudadanía.