La gran empresa catalana, en riesgo de extinción
La falta de ambición y la lejanía del poder central, sumadas al cambio de política de La Caixa, minimizan el poder económico de Catalunya
“Cuando La Caixa era fuerte en las grandes empresas del Ibex-35, en Repsol, en Gas Natural, en Abertis, los catalanes íbamos a Madrid y nos respetaban”. Quien habla es un empresario que rememora que, hace no mucho, el principal -y para muchos el único- gigante económico de Catalunya, La Caixa, era un verdadero poder fáctico no solo en Barcelona sino también en Madrid. “Pero aquello se ha perdido, ahora La Caixa va de retirada, mantiene la fuerza financiera pero ha perdido influencia”, añade.
En efecto, soplan aires de pesimismo en la"Dinamarca del sur". Catalunya es responsable del 19% del PIB español y del 25% de sus exportaciones. A pesar de que su contribución a la cuarta economía de Europa es enorme, ya antes del descalabro global del covid-19 en los principales despachos del poder catalán soplaban aires de derrota.
A esta dinámica se ha llegado por diferentes razones. Algunas son estructurales y otras parecen ser circunstanciales. Entre los factores históricos, hay uno que el difunto José Manuel Lara Bosch, patriarca de Planeta, describió con contundencia: “Los catalanes prefieren tener una tienda en el Passeig de Gràcia que tener el 10% de El Corte Inglés, pero es mucho más importante tener el 10% de El Corte Inglés”.
Le daba la razón el historiador económico Francesc Cabana, que en 2017 explicaba al ARA cuál era el gran déficit de la economía catalana: “Tenemos un defecto, en este país: las empresas familiares. Todo el mundo habla muy bien de ella, pero llega un momento que no tira. La gran empresa es el fracaso de la economía catalana y la echo mucho en falta”.
A esta aparente incapacidad de crear grandes grupos se ha sumado el movimiento tectónico que ha protagonizado La Caixa en los últimos tiempos. El gran grupo catalán ha optado por abandonar las grandes participaciones de control en empresas cotizadas para pasar a un modelo de tener pequeñas participaciones en empresas para obtener los dividendos que tienen que nutrir la Fundación, una de las más importantes del mundo, que invierte cada año 500 millones de euros. Así, en los últimos tiempos, Criteria, brazo inversor del ente que preside el veterano Isidre Fainé, ha hecho importantes desinversiones como las salidas de Abertis o Repsol o su notable reducción de peso en CaixaBank y Gas Natural.
Es en esta última empresa, hoy Naturgy, la primera de Catalunya por facturación, donde se han vivido las últimas novedades: esta semana el fondo australiano IFM lanzaba una OPA sobre el 22% del capital. Criteria es el primer accionista de la compañía con un 24,8% del peso, pero desde hace un tiempo hay dos fondos (Rioja Bidco y GIP) que juntos suman un 41% de acciones. Si ahora Criteria vendiera un tercio de su participación, como algunas voces apuntan, el peso de los fondos sería todavía más importante, y la catalanidad de la empresa, muy minoritaria. Diferentes observadores apuntan que el hecho de que el presidente de Naturgy sea Francisco Reynés (máximo responsable de Abertis cuando se encarriló la venta al grupo italiano Atlantia y a ACS de Florentino Pérez) puede anticipar que Criteria también acabe saliendo del gran gigante energético de origen catalán.
El problema de la falta de grandes empresas catalanas, sin embargo, viene de lejos y no se puede atribuir solo al cambio de política de La Caixa. Históricamente, los empresarios catalanes han tenido dos particularidades: la aversión a atacar fusiones por el espinoso asunto del reparto del poder, y la voluntad de vender los negocios una vez hayan funcionado. “En otros lugares de España, el sueño del empresario es llegar al Íbex-35; aquí parece que el objetivo sea vender la empresa y retirarse en l'Empordà”, dice, gráficamente, un veterano ejecutivo. Así, últimamente se han sucedido ventas como Cirsa, Freixenet, Cellnex, Abertis, Pronovias, Applus, Codorníu o Dogi.
Además, hay otro problema que no se puede negar y es la distancia psicológica respecto al poder de Madrid, un hecho que influye en multitud de negocios, especialmente en los regulados, que suponen el eje del Íbex-35. Una metáfora de esta distancia entre la capital española y la que históricamente ha sido su primera economía (desde hace dos años es Madrid quien encabeza el ranking) la encontramos en el listado de los ministros de Economía y de Hacienda. Para encontrar uno catalán hay que remontarse hasta 1933: Jaume Carner, oriundo del Vendrell, fue titular de Finanzas durante 18 meses. Desde entonces, Catalunya, cuna de los mejores economistas de España, no ha tenido ningún ministro más de estas carteras.
Por si el cóctel no estuviera lo bastante envenenado, en 2017 hubo una multitudinaria fuga de sedes sociales de empresas catalanas a otros lugares de España. El ARA explicó en su momento que el fenómeno no fue espontáneo: el gobierno del PP y la Zarzuela presionaron a las principales empresas catalanas para que lo hicieran como muestra de rechazo al Procés. En el caso de los bancos, se les forzó a trasladar la sede haciendo retiradas millonarias de depósitos de empresas y administraciones públicas. Y después de que el Banco Sabadell y toda la galaxia de La Caixa dieran el paso, de las catalanas del Ibex-35 solo Grifols se mantuvo en Catalunya, mientras 4.500 empresas más cambiaban la dirección postal.
De manera inevitable, estos procesos (la venta de empresas, los cambios de sedes, la globalización de la economía, el sorpasso económico de Madrid o la renuncia de La Caixa a tener posiciones de control en empresas cotizadas) han propiciado que hoy haya menos directivos catalanes en los lugares de más responsabilidad de las grandes empresas. “Es verdad que cada vez somos menos”, admitía recientemente un ejecutivo catalán del Íbex-35, que, en su análisis, negaba que haya ningún estigma político contra los directivos catalanes. ¿Esto afecta a Catalunya? ¿Es malo para la economía que haya menos empresas y altos directivos catalanes?
Respecto al lugar de origen de los accionistas, las voces consultadas coinciden a señalar que el verdadero problema son los fondos de inversión: “No es que todos sean malos, pero la mayoría tienen objetivos a corto plazo: comprar, maximizar y vender”. La maximización, sin embargo, es un eufemismo. “Hay subcontratación y empeoramiento de condiciones, externalización de servicios a otros países, venta de filiales, despidos”, enumera un alto ejecutivo. El impacto de este modus operandi en las empresas es negativo. Pero una segunda parte también muy controvertida es lo que hacen los fondos con las inversiones: “Aena había invertido alrededor de 1.500 millones al año durante mucho tiempo; con los fondos en el accionariado, invierte unos 450”. Y a menor inversión, menor crecimiento futuro, dentro y fuera la empresa.
Otra voz menciona casos en los que la irrupción de los fondos cambia el objetivo de la compañía. Es el caso de una importante empresa de servicios catalana: en su momento tenía el objetivo de crecer a largo plazo, pero cuando fue adquirida por fondos británicos automáticamente se dedicó a reducir la deuda de la matriz. Para hacerlo, se vendieron filiales y se empequeñeció.
Además, resulta natural que los propietarios de las empresas se inclinen a hacer inversiones en territorios con los cuales mantienen algún vínculo. O que sean más sensibles para emprender determinadas decisiones si sus clientes viven en las mismas comunidades que ellos.
También hay debate sobre la importancia de la ubicación de la sede social. La hay porque a menudo los cambios de sede son ficticios (contraviniendo la ley) y el verdadero centro de decisiones no se traslada. Pero si el cambio de sede se hace como indica la ley, la pérdida sería importante. “Las empresas acostumbran a contratar a mucha gente donde tienen la sede social (abogados, servicios profesionales...), y también atraen a un gran número de pymes”, explica un veterano directivo.
Sobre la nacionalidad de los directivos ya hay más controversia. “Es absolutamente indiferente que un directivo sea catalán o no”, afirma un veterano ejecutivo. “Lo que hay que pedir es que sean buenos; si lo son, esto beneficia a la empresa y al conjunto de la economía”, añade, y recuerda que la progresiva desaparición de altos directivos catalanes en las empresas más importantes del país es también una prueba del proceso de globalización. Para reforzar este punto de vista, hay casos de directivos extranjeros como Luca de Meo (Seat) o Peter Guenter (Almirall) que han obtenido grandes resultados en sus empresas.
Pero también esto tiene matices. “En Nestlé España durante muchos años el consejero delegado era catalán y esto hacía que los altos directivos los contrataran todos de aquí; cuando cambió, se notó a la cúpula”, explica Jaume Llopis, profesor de Iese y antiguo directivo de la compañía. “Los directivos conocemos mejor nuestro mercado, a la gente con quien hemos trabajado, con quien hemos estudiado”, confirma otra voz.
Por eso, y por cierta falta de autoestima, en su día generó malestar que Isidre Fainé, Josep Oliu o Francisco Reynés marcharan a Madrid (los dos primeros tienen casa, el tercero vive allí). El hecho de que José Ignacio Goirigolzarri y Gonzalo Gortázar, los dos primeros directivos de la nueva CaixaBank, vivan en Madrid preocupa en algunos entornos. Y por eso ha habido satisfacción en el Banco Sabadell cuando se ha sabido que el futuro consejero delegado, el madrileño César González-Bueno, se ha trasladado con la familia a vivir a Barcelona.
Quizás el punto clave sigue siendo la falta de grandes empresas con ambición. En 2005 la siderúrgica Celsa compró la escandinava Fundia, una operación que sobreendeudó la compañía y propició una escisión familiar. Francesc Rubiralta, que tomó la decisión, lo explicaba así a los directivos: “Lo hago por vosotros, para que crezcáis aquí”.
Si echamos más atrás encontramos la figura de Pere Duran-Farell, responsable del acuerdo entre Catalana de Gas y Argelia para traer gas natural no a Catalunya, sino al conjunto de España. Es por eso que algunos directivos no se explican que Naturgy celebrara sus 175 años con una fiesta en Madrid.