Hacían el amor cada vez que se veían: la historia de una profesora de piano y su alumno
Una vez, cuando todavía era pequeño, él le dijo que estaba enamorado de ella con una sinceridad conmovedora, después de equivocarse dos veces con la nota
El abuelo había advertido manta vez de los peligros de las hortensias. Se había creído la leyenda con un convencimiento sin fisuras. La que decía que las hortensias ahuyentaban al matrimonio en las hijas solteras de una casa. "Arránquelas, que no la casarás nunca", les decía con vehemencia.
Los padres de Nieves nunca llegaron a creérselo, y vete a saber si fue por el peso de la maldición o por tentar la suerte con tanto descaro que ella quedó por vestir santos. Piensa a menudo en el abuelo. Si la viera, ahora que ya ha llegado a esa edad que la piel es tan baldera como la esperanza, cuando la vida acumula arrugas y manchas, como la piel. En la que ha dejado de ser visible a los ojos de quien sigue, ávido, el deseo. Ahora que hace tanto tiempo del momento en que si los padres hubieran desenterrado con las uñas aquellas flores de las jardineras cuando tocaba, quizá las cosas habrían ido de otra manera.
Cuando la añora necesita echarle las culpas al azar y al mal hacer de los que hacen de equilibristas. Ahora que hace ya seis años que no sabe nada de él. Que le echa de menos. A él ya la posibilidad de que hubiera podido ser sí.
Era mucho más joven que ella. Ella era su profesora de piano. Hacía años que le daba clase. Desde que él no era más que un niño. Ocho años de clases, cada miércoles a media tarde, cincuenta minutos, a la salida de la escuela. Una vez, cuando todavía era pequeño, él le dijo que estaba enamorado de ella con una sinceridad conmovedora, después de equivocarse dos veces con la nota. Neus siempre recuerda el momento con una ternura absoluta. Ella, algo nerviosa, le estropeó el pelo, y le dijo que el don era sostenido, mientras le hacía una señal a la partitura para que no volviera a equivocarse.
Cuando empezó la universidad, él dejó las clases. Le dijo que iba muy atolondrado con la carrera de medicina, que les exigían mucho, que hacía muchas asignaturas optativas y de libre elección y que había decidido aparcar el piano una temporada porque no tenía tiempo. Neus le dijo que lo entendía, que era la edad, que debía focalizar. Que era su futuro. Que, si quería, ya volvería al piano. Pero también le pidió que nunca dejara de tocar cuando tuviera un momento, cuando necesitara descansar. Cuando quisiera hacer memoria de todos esos años. Esto se lo dijo con doble sentido. En el fondo le pedía que de quien no se olvidara, fuera de ella.
Se encontraron pasados los años en el vestíbulo de un hotel. Él estaba de congreso y ella había quedado con unas amigas para ir a cenar al restaurante que habían abierto en la planta baja. Se hallaron justo delante del piano de cola silencioso que ocupaba la parte central. Se reconocieron al instante. Qué grande estás, le dijo ella, tentada por un momento de tocarle ese pelo que tanto le gustaba. Y tú, espléndida como siempre. ¿Tocas todavía? A veces, pero he perdido mecánica, agilidad. De hecho, a menudo pienso en ti, en tus clases. Más de una vez he pensado en reanudarlo, en llamarte. ¿Por qué no lo haces?
La conversación quedó suspendida cuando una chica de pelo rizado apareció de la nada y se le aferró al brazo izquierdo de él. Te presento a Agnès. Es mi promesa.
Recibió una llamada suya al cabo de un tiempo. Le preguntaba si podía darle una clase. Empezaron a verse todos los miércoles por la noche. Ella seguía siendo mucho mayor que él, pero él ya no era un joven. La distancia se había acortado en el vacío de la diferencia de edad. Eran dos adultos que hacían el amor cada vez que se veían. No se preguntaban nada, no se pedían nada. No hablaban de deudas ni se hacían promesas. Ella, mientras duró esa época, fue muy feliz. Se sentía ligera, fuerte, imbatible. Sentía el deseo en cada rincón de su piel. Se sentía querida desde el lugar más profundo. Estaba convencida de que le esperaba mucho tiempo.
De miércoles a miércoles, sin embargo, las horas se le hacían una eternidad. A medida que pasaban los días, iba desapareciendo el peso de su tacto, la presión de su piel, el olor de su perfume. Como si lo hubiera soñado todo. Y cuando casi todo se había desvanecido, entonces, llegaba un nuevo miércoles. Ella vivía aquellos intervalos con el miedo a que él no se presentara a la siguiente cita. Pero nunca faltó. Esa historia duró tres años, cuatro meses y dos días.
Un día, por la mañana, Neus se levantó y miró al espejo. Vio la fuerza de sus ojos; pero también se sintió demasiado vieja: la piel, el pelo, los senos, el sexo. Aquel era un lugar donde no podía arrastrar al hombre que le hacía sentir viva, ahora que todavía estaba viva. Antes de que fuera demasiado tarde.
El último día que se vieron, sin saber que era el último, él se presentó en su casa con un ramo de flores. Un pomo precioso de eucalipto, lavanda y hortensias de color rosa.
Esta es la última clase de piano, le dijo. Te he amado mucho.