Historias de espías

Historias de espías: la estrella del béisbol que debía detener el programa nuclear de los nazis

Moe Berg, que hablaba lenguas como el sánscrito, pasó de jugar al béisbol a ser un espía estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial

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Moe Berg, jugador de béisbol y espía.

Barcelona"Es el jugador más extraño que ha jugado nunca en béisbol", decía Casey Stengel, uno de los mejores entrenadores y dirigentes de la historia del béisbol estadounidense sobre Morris Moe Berg. No le faltaba razón. Cuando estaba de viaje con su equipo, compraba a toda la prensa local y cada día leía unos diez diarios. Llevaba libros en griego clásico y ganó concursos de radio en los que había que responder a preguntas de conocimiento general. Moe Berg era un jugador de béisbol tan distinto a los demás que acabó haciendo de espía y saltando en paracaídas detrás de las líneas enemigas durante la Segunda Guerra Mundial.

Berg no tenía un mal currículum: jugador de béisbol y espía. La primera parte del currículum era pública, la segunda no lo fue hasta años más tarde, cuando ya estaba jubilado. Durante 15 años lo hizo bien en los estadios. No aguantas 15 años en el primer nivel si no tienes traza, aunque sacaba de quicio a los entrenadores y directivos, ya que solía pedir ser el último jugador en incorporarse a los entrenamientos, ya que quería estudiar. Los profesores universitarios tampoco le entendían. ¿Qué hacía un joven listo como él desperdiciando su vida jugando al béisbol? Berg les respondía diciendo "Prefiero ser jugador que abogado en la Corte Suprema de Estados Unidos". Básicamente, hacía lo que quería. Sus compañeros de equipo tampoco le entendían demasiado, ya que no era normal que un jugador se hubiera graduado en la Universidad de Princeton. Siempre estaba leyendo, encerrado en su mundo. De pequeño ya era así. En casa no faltaban libros, puesto que el padre era un farmacéutico judío de Ucrania que vivía en el barrio de Harlem de Nueva York. Una familia modesta, pero a la que todo el mundo iba al teatro y leía. Así que el hijo les salió letraherido. Con tres años ya pidió a su madre ir a la escuela: quería aprenderlo todo.

Cuando los Berg se movieron en el área de Newark, el pequeño empezó a jugar a béisbol con éxito. Era el hijo perfecto: el mejor estudiante y el buen deportista. Gracias al esfuerzo de los padres ya algunas becas, llegaría a Princeton, donde se graduó magna cum laudo en lenguas extranjeras. Estudió siete: latín, griego clásico, español, francés, alemán, italiano y sánscrito. Y todo mientras jugaba en el equipo de béisbol de la universidad, con actuaciones destacadas en los triunfos contra los rivales de Harvard y Yale. De él se decía que cantaba las jugadas que haría en latín, para evitar que los rivales les entendieran. En 1923 recibió las primeras ofertas de clubes de béisbol profesionales. Fichó por los Brooklyn Dodgers, que buscaban jugadores judíos para atraer a la comunidad judía a un estadio lleno de irlandeses e italianos. Cuando terminó la primera temporada, con el primer sueldo se marchó a París, donde vivió en el barrio latino unos meses y se apuntó a clases en la Sorbona.

Al no centrarse al 100% en el béisbol, los entrenadores no le veían con buenos ojos y acabó jugando poco en clubs modestos como los Minneapolis Millers, los Toledo Mud Hens o los Reading Keystones. Sin embargo, en este último equipo tuvo un buen año, lo que le abrió las puertas de los Chicago White Sox, en el que ya entró con mal pie cuando pidió permiso para llegar dos meses tarde cada temporada, ya que quería terminar la carrera de abogado en Columbia. Por supuesto, acababa en el banquillo siempre, pero una serie de lesiones le jugaron a favor y así se encontró haciendo de catcher, posición en la que no es necesario realizar un gran esfuerzo físico pero hay que tener reflejos y ser listo: ideal para Berg. El catcher es lo que está agachado con una máscara detrás de quien bautiza, listo para coger el balón con un guante, pero también analizando todo lo que ocurre en el campo. Los últimos años de su carrera los jugó en los Cleveland Indians y los Washington Senators. En 1932 aceptó realizar una estancia de dos meses en Japón para enseñar béisbol a jóvenes universitarios, viaje que repetiría dos veces, ya que se enamoró de la cultura japonesa. El primer viaje lo alargó viajando en solitario a China, Birmania e India. El segundo, cruzando la Unión Soviética en dirección a Europa. Cuando volvía a los entrenamientos, sus compañeros habían estado en la playa con su familia. Él, sobre un tren por China leyendo textos en sánscrito. Sus últimos cinco años como jugador los vivió en Boston Red Sox, donde se retiró en 1940 y se quedó como entrenador. Y entonces Estados Unidos entró en guerra.

Berg se ofreció como voluntario para luchar, pero con su currículum le enviaron a una oficina. Inicialmente su papel en la guerra sería bien secundario, ya que pasó un año en bases de América del Sur coordinando que los soldados destinados estuvieran bien de salud. Lejos del frente, pues. Pero Berg llamó la atención cuando mostró a sus superiores las grabaciones que había realizado con una pequeña cámara de cine durante sus estancias en Japón, ahora el enemigo. En 1934 y 1935, había subido a edificios altos, grabando puertos, bases militares... información que sirvió a los bombarderos estadounidenses para golpear a los japoneses. Cuando vieron qué tipo de hombre era, Berg recibió la propuesta de pasar a ser espía y recibir entrenamiento militar. La primera misión fue saltar con paracaídas en Yugoslavia para reconocer el terreno y entrar en contacto con grupos de la resistencia, como los comunistas de Tito, para ver si tenía sentido colaborar con ellos. Después, durante casi todo el año 1944, Berg rodeó por Europa intentando conseguir que científicos alemanes e italianos cambiaran de bando. Lo logró con Antonio Ferri, especialista en cohetes. Cuando el presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt supo que Berg había salido adelante y había vuelto a casa con Ferri, respondió con ironía "Veo que Berg sigue jugando bien", en referencia a su pasado deportivo.

Sería en diciembre de 1944 cuando recibió su misión más importante, cuando fue enviado Zúrich, donde el científico alemán Werner Heisenberg debía dar una charla. Su tarea era clara: si llegaba a la conclusión de que los nazis estaban a punto de conseguir la bomba atómica, debía matar a Heisenberg, uno de los responsables del programa nuclear nazi. Sus superiores le dieron una cápsula de veneno para quitarse la vida si le descubrían. Inicialmente valoró disparar a Heisenberg al salir de la charla, a la que asistió. Pero no se atrevió. En la posterior cena de gala, Berg llegó a la conclusión de que los nazis todavía estaban lejos de su objetivo, ya que Heisenberg vino a decir que la guerra estaba perdida. No le asesinó, pues, aunque tuvo una segunda ocasión para hacerlo, cuando se ganó su confianza yendo a pasear con él y haciéndose pasar por un admirador. En realidad, era estadounidense, judío y seguramente homosexual. Todo lo que los nazis odiaban.

Al término de la guerra, Berg pidió a la CIA que le enviaran a Israel, sin suerte. En cambio, le encargaron investigar el programa atómico soviético, pero después de dos años sin conseguir nada le apartaron. De hecho, durante los últimos 20 años de su vida nunca nadie supo de qué vivía, puesto que no tenía trabajo. Él sonreía, irónico, cuando se le preguntaban. Hay quien dice que siguió siendo espía y quien piensa que invirtió bien el dinero ganado para no tener que trabajar nunca más. Una vez que se supieron sus aventuras como espía, por cierto, se produjo un fenómeno curioso: sus cromos como jugador de béisbol, que nunca habían generado mucho interés, se convirtieron en un objeto de coleccionista. Hace años, incluso le dedicaron un filme a su vida.

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