El bolso, tal y como lo entendemos actualmente, es una pieza de suma importancia, no sólo para la moda, sino porque permite comprender el mundo y sus tensiones sociales. Esta pieza discurre paralela a la historia del dinero, de los objetos valiosos y de la banca, con la función de mantener las idoneidades al abrigo. Además, simboliza dos acciones contrarias entre sí, como el gasto y ahorro. Y finalmente es un contenedor portátil, que hace de puente entre la vida privada y la pública, porque consideramos irrespetuoso que alguien curiosee nuestro bolso, pero hacerlo nos permite conocer rasgos importantes del propietario. Por tanto, y dada su importancia, ¿por qué los hombres se resisten a llevarlos?
En la Edad Media los bolsos, al no existir los bolsillos, estaban vinculados al cinturón, del que se colgaban dagas, rosarios o bolsitas con hierbas, así como contenedores más o menos estructurados para el dinero –mayores para hombres que para a mujeres–. Antecesores de las actuales riñoneras, que en las mujeres derivaron con el tiempo en dos bolsas, atadas con una beta en la cintura, repuestas sobre cada cadera y ocultadas por las faldas. Este sistema estuvo vigente hasta la Revolución Francesa, cuando se produjo un drástico cambio en la moda femenina. Unas faldas muy anchas dieron paso a unos vestidos más estrechos, con la cintura debajo del pecho y elaborados con telas a veces transparentes. Por tanto, para que no se transparentaran ni se deformara la silueta, inventaron el bolso. Los franceses, sobrecogidos por la novedad y espoleados por las numerosas sátiras de los periódicos, lo bautizaron como “ridículo”, mientras que los ingleses, reconociendo la innovación del invento, le llamaron “indispensable”.
Los hombres, engalanados con los trajes sastre oscuros y los abrigos, contarán con bastantes bolsillos y no necesitarán externalizar las pertenencias. Por eso, el bolso acabó convirtiéndose en una pieza asociada indefectiblemente al género femenino, del cual, a lo largo del siglo XX, los hombres rehuirán, para que su masculinidad no se vea cuestionada. Sin embargo, con el tiempo esta renuncia cada vez será más problemática, porque su indumentaria se irá simplificando y perderá capas de manera gradual, y reducirá, en consecuencia, el número de bolsillos. ¡Claramente era necesaria una solución! La primera fue la maleta aunque quedaba restringida a un sector profesional concreto y no servía para el ocio. Otros, a raíz de los años 70, optaron por la bandolera, precisamente por su asociación con la indumentaria de guerra. ¡El soldado nunca falla a la hora de sentirse macho! Algunos se arriesgaron al bolso de mano, el cual se llamó con toda tranquilidad “mariconera”, reconociendo que con su uso se estaban transgrediendo fronteras de género y sexualidad. Muchos hombres optan por llenarse los bolsillos del pantalón hasta el límite, como si fueran alforjas, a pesar de que esto les lleve a deformar su silueta. A partir de los 80, la mochila entra con fuerza como complemento unisex, aunque los mayores no se encuentran a gusto por su informalidad. Y finalmente, como método más extendido, están quienes lo enchufan todo en el bolso de la mujer, que, además del sobrepeso, también se ve abocada a prever todo lo que puede necesitar cada miembro de la familia, perpetuando la función asistencial y de cuidados que se le adjudica. ¿Tanto cuesta llevar un bolso, caray?