La indumentaria “mariconada” del papa Francisco

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El Papa Francisco asiste a una misa con los cardenales recién nombrados en la Basílica de San Pedro.

El papa Francisco últimamente está siendo protagonista de una polémica con tintes homófobos, a raíz de declarar que había demasiado "mariconeo" en los seminarios del Vaticano. Pese a las subsecuentes disculpas, ha reincidido en volver a afirmar ante 200 sacerdotes que “los gays son buenos chicos, pero con esta tendencia mejor que no estén en el seminario". "Animo a los jóvenes a dejar de lado los chismes, porque son cosa de mujeres. Los hombres llevamos pantalones, debemos decir las cosas”, ha añadido. Ciertamente, podríamos detenernos en cada uno de los contrapliegues de estas declaraciones, desde creer que los homosexuales son un grupo humano monolítico de buenas personas hasta considerar que el lavadero insustancial y malintencionado es propio de mujeres, a diferencia de las conversaciones trascendentes de los hombres. También podríamos abrir el melón del celibato, que nació para apartar a las mujeres de las tomas de decisiones de la Iglesia y tener el control de sus miembros sin injerencias femeninas. Incluso podríamos preguntarnos por qué recrimina las relaciones sexuales entre sacerdotes, pero apenas menciona los casos de abusos sexuales a monjas, sin entrar en el tema de la pederastia. Pero como tratar todas estas cuestiones sería inalcanzable, ponemos el foco únicamente en la moda, que es el ámbito que nos ocupa.

El papa Francisco en una imagen de archivo.

Ciertamente, y como defiendo a menudo desde esta sección, la indumentaria está muy lejos de servir únicamente para protegerse del clima, sino que su verdadera importancia radica, sobre todo, en la dimensión simbólica. La moda jerarquiza a la sociedad: quien manda legitima su poder con la ropa que lleva y el resto asume el papel subalterno, a través de una indumentaria que disciplina su cuerpo y lo predispone a la subyugación. Y si todavía tiene dudas, piense en la frase hecha “Quien lleva los pantalones”, la cual, lejos de preguntarse quién lleva esta prenda, quiere saber quién manda. Los pantalones son uno de los símbolos de poder más claros y arraigados de la indumentaria occidental y, por este motivo, si bien los hombres empezaron a utilizarlos en el siglo XIV, entre las mujeres no se generalizaron hasta los años 70 del siglo XX , curiosamente en plena ola feminista. No son pocos los casos de mujeres a lo largo de la historia que tuvieron que sufrir el peso de la ley, el castigo y el escarnio público para llevarlo, ya que utilizarlo suponía poner en peligro el orden establecido y pretender equipararse a los hombres en derechos y libertades. Por eso, no es casual que el Papa haga alusión a la idea del pantalón como un símbolo de superioridad moral de los hombres hacia las mujeres, de poder masculino y de heteronormatividad.

Pero si cree que estas declaraciones no podían empeorar, hay que tener en cuenta que siempre nos quedará el programa TardeAR de Ana Rosa Quintana, con Xavier Sardà comentando el día 12 de junio las palabras del Papa diciendo: “Hablar de mariconería vestido de esta forma es inquietante. [...] ¡Y dice que quita pantalones y quita sotana! Los hombres quitamos pantalones”. Una vez más, y en pleno siglo XXI, se subraya el hecho de que el elemento idiosincrático del hombre son los pantalones y que el de las mujeres es el vestido, olvidando que durante más de 17 siglos los dos sexos llevaron indistintamente faldas. Al igual que el género, la moda es una construcción social tan arraigada y potente que tiene la capacidad de naturalizar lo cultural, hasta el punto de que, si el Papa lleva un traje en vez de pantalón, resulta inquietante por el hecho de que está desarmando la su masculinidad y heterosexualidad. Unas opiniones, tanto la del Papa como la de Sardà, que confirman que el sistema patriarcal sigue bien sólido en nuestra sociedad, sea a través de grandes cuestiones como a través de símbolos tan aparentemente insignificantes como un pantalón.

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