Leonor, de fábula a 'reality'
El especial informativo de La 1 con motivo del juramento de la Constitución de la princesa Leonor dejaba aturdido a cualquier espectador que se atreviera a tragarlo entero. Carlos Franganillo y Alejandra Herranz conducían el programa, dinamizando una reunión de expertos y dando paso a media docena de redactores distribuidos por los sitios de referencia de la celebración. La salida de la Zarzuela, el Congreso, el Palacio Real, la Puerta del Sol, la plaza Callao y una basílica de Asturias para oír repicar las campanas que culminarían la fiesta. La especial tenía una careta de presentación con fotografías de la princesa Leonor, pero lo que llamaba la atención era la sintonía, un tema extraído de la banda sonora de Bridgerton, la serie de Netflix. Para los neófitos en series malas, narra las vicisitudes amorosas de unas hermanas que forman parte de una aristocracia londinense imaginaria donde la reina contribuye a mover los hilos de sus pasiones. Es una versión de violines de un tema de Harry Styles que transmite el romanticismo y el candor de una fábula ramplona e inofensiva.
Felipe VI ha encontrado, en su descendencia, la apariencia perfecta de inocencia y bondad que necesitan. No es nuevo de ahora. Desde hace meses se aprecia también en el programa Audiencia abierta de La 1 de los fines de semana. Desde que la princesa y la infanta han llegado a la plenitud de la adolescencia han empezado a potenciar la imagen de las mujeres que van a ser. Esta feminidad angelical, apocada y responsable es perfecta para hacer propaganda de una supuesta renovación y sofisticación del estilo borbónico. Los colaboradores del programa no pararon de insistir en el perfil exquisito de Leonor por su futura responsabilidad, hablando de su talante discreto y reflexivo y de su gran sentido de la disciplina. Y esto, de rebote, se utilizaba para vender una modernización de la Corona, incluso apelando a la igualdad y el progreso de la mujer. Pero todo lo que vimos nos devolvía al pasado: cañones, militares desfilando a toque de trompeta, diputados haciendo genuflexiones e imposiciones de medallas en salones dorados. La cámara ponía el foco en Leonor y la actitud del resto de la familia hacia ella, convirtiendo la eterna retransmisión en la primera temporada de un espectáculo que durará años. Inducido como en uno reality donde se finge que las cosas pasan espontáneamente, cuando el Rolls-Royce de Leonor llegaba al Palacio Real, los niños que esperaban para saludarla entonaban un Cumpleaños feliz digno de unas psicofonías siniestras en una película de Halloween. Algunos colaboradores sugerían que para acercar la figura de la princesa a las nuevas generaciones de españoles debía exhibirse a través de las herramientas que utilizan los jóvenes: las redes sociales.
Con la mayoría de edad de Leonor entramos en la etapa del reality. No será necesario Instagram, porque los medios españoles están rendidos a hacer verdad la versión ibérica de los Bridgerton: muchachas, búsqueda del amor, palacetes, soldados, vestidos bonitos y un feminismo de feria para perpetuar la monarquía más retrógrada.