El mal gusto de 'Al rojo vivo'

El viernes el espacio de debate Al rojo vivo arrancaba con una puesta en escena que provocaba estupefacción. Mediante la realidad aumentada habían transportado al programa la destrucción de la guerra. En el travelling inicial la cámara nos mostraba el plató habitual cubierto de escombros, de edificios derrumbados por las bombas y, al fondo, la mesa de la tertulia con los colaboradores. Se erigían sanos y salvos en medio de aquel paisaje desolador. Habían dejado un par de edificios medio enteros para que visualmente se relacionaran con la arquitectura propia de Israel y Palestina, para asegurarse una catástrofe más equidistante. En ausencia de Antonio García Ferreras, la presentadora Inés G. Caballo informaba, en medio de ese escenario terrible, de que el tiempo corría en contra de los palestinos tras el ultimátum de Israel.

Alguien puede considerar que estos montajes virtuales contribuyen a comunicar el horror. Pero únicamente si se piensa desde una vertiente plástica y se olvidan el mensaje informativo y la ética. Con la voluntad de exhibir la máxima implicación periodística, lo que se logra es frivolizar el desastre.

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La guerra y la destrucción no son un decorado. Son la parte más visible, más fácil de identificar, de un gran desastre humanitario. Recrearlo con fines prácticamente teatrales es de una insensibilidad y mal gusto que hacen evidente que las reflexiones informativas están pensadas en clave de espectáculo y no de madurez periodística. La realidad aumentada en los programas informativos debería tener un valor explicativo. Debe contribuir a relatar mejor los hechos y no debe utilizarse como un escaparate o como un falseamiento de la realidad. Si la narrativa que utilizamos para hablar del horror banaliza la guerra, arrastramos a la audiencia a la insensibilización. Escenificamos el desastre, lo convertimos en un paisaje de videojuego. Y, así, el periodismo progresivamente diluye las fronteras entre realidad y ficción. También distorsiona los conceptos del ahora y aquí. Ya no es el programa o periodista quien se desplaza al lugar de los hechos. Es el lugar de los hechos el que se desplaza, de forma virtual, hasta el plató. Y esto rasga los principios más elementales del periodismo. La premisa de informar desde el lugar de la noticia pasa a ser secundaria si puedes recrear y construir los hechos a tu alrededor. ¿Cuál será el próximo paso en esta degeneración informativa mediante las posibilidades ilimitadas de la tecnología? ¿Recrear los hechos en un plató? ¿Traer también a los muertos y las escenas más crudas? De la misma forma que algunos magazines deportivos teletransportan al plató a un futbolista recién salido del campo, con botas y camiseta sudada, para entrevistarlo en directo, ¿se recrearán los éxodos humanos pasando por delante de la mesa de la tertulia? Esto no es empatizar con el horror ni acercarse a los hechos. Es la utilización de la desgracia ajena. La tecnología debe contribuir al rigor y a la ética informativa, y no convertir el periodismo en una película de cine para hacerlo más emocionante.