Los maullidos más absurdos no los hacen los gatos, los hacen adolescentes
Unos muchachos hacen el farol en los ferrocarriles jugando entre ellos, se hurgan mientras ríen. De vez en cuando, para expresar el dominio sobre los demás, hay uno que se pone el dedo índice sobre los labios haciéndolos callar y, a continuación, gira la cara y se pasa el mismo dedo por el maxilar inferior , desde debajo del lóbulo de la oreja hasta la barbilla. Los amigos se ríen y le imitan. Este gesto extraño le había visto con anterioridad en una noticia extraña de aquellas que te aparecen por casualidad buscando otra cosa. El pasado mes de octubre, en Chile, detuvieron a un chico que hizo exactamente los mismos movimientos con el dedo cuando pasó por delante de una cámara de la televisión que hacía una conexión en directo. Se interpretó como una amenaza, como si quisiera cortarles el cuello, y horas más tarde la policía le dejó en libertad porque todo había sido un malentendido. El individuo quiso vacilar frente a la cámara haciendo el gesto de moda que consiste en presumir de mandíbula como un rasgo de belleza física, especialmente de masculinidad. Es una nueva tendencia ridícula popularizada en las redes sociales y que proviene del mewing, una práctica para, presuntamente, estimular la musculatura facial. Consiste en realizar continuas compresiones de la lengua contra el paladar superior, activando la zona de la papada. Cuanto más se repite el ejercicio, supuestamente se afina el bajo barba y más se define la línea de la mandíbula inferior. Dentistas, osteópatas y médicos ya han alertado de que la moda puede tener consecuencias negativas para la salud. El mewing (maullar, en inglés), curiosamente, se está popularizando más entre los chicos adolescentes porque el ángulo de la mandíbula prominente se asocia a la virilidad. Basta con buscar #mewing en Instagram o TikTok para descubrir a todo tipo de gente dando instrucciones sobre cómo hacer correctamente el ejercicio, el número de repeticiones diarias y exhibiendo los supuestos resultados. Algunos lo rematan con el ritual de dicho índice para coronarse como los logradores de un reto de belleza.
En un barrio de la zona alta de Barcelona hace años que hay una peluquería que nunca tiene un cliente. Es un lugar elegante, muy limpio y sobre todo bien iluminado. Es raro que el negocio subsista sin que se vea nunca un alma. La sorpresa llega cuando un cartelito deshace el error. No es una peluquería. Las cuatro butacas encaradas hacia los espejos pueden provocar la confusión. En realidad, se trata de un centro de gimnasia facial. "Entrena tu cara", dice un letrero en el escaparate. No es el único negocio de estas características. Otro centro asegura que es "la primera barra física de entrenamiento facial en sillónDicho así parece incluso una disciplina olímpica. Quien suda la camiseta, sin embargo, no es el cliente con ganas de entrenar sino las masajistas que ejercitan la musculatura de la cara con las manos. Eso sí, hay una oferta de masterclass para entrenar tú solo en casa. El masaje facial de toda la vida ahora le han convertido en una disciplina física para que parezca más eficaz. No más lejos hay un centro que anuncia el yoga facial para tonificar, aportar firmeza y relajar la expresión del rostro. YouTube está relleno de clases gratis para practicarlo y las influencers ya anuncian herramientas diversas para amasar la cara. Esta tiranía sobre la apariencia no deja de fomentar las inseguridades respecto a nuestro aspecto. Cualquier rasgo físico se convierte en un defecto, una tara en corregir o mejorar, un motivo de complejo. Las promesas de un milagro, las esperanzas de un cambio innecesario pueden convertirse en una práctica obsesiva nerviosa para obtener los resultados antes.
Quizás si nos preocupáramos de reír más ejercitaríamos la musculatura como es debido en vez de tanta tontería para parecer a otro que no es mejor que nosotros.