Momentos dramáticos

El otro día me encontré con una muda de serpiente en medio de un camino. Se me ocurrió que eran las rebajas y que la piel de serpiente me avisaba para que no volviera a esquivarlas, otro año.

Hay gente que se lo pasa de primera comprando ropa. Se visten de veintiún botón y se perfuman para la expedición a las tiendas. Se compran ropa para comprar ropa. Pero para mí es un suplicio, nunca sé qué elegir y nunca coincido con los gustos del vendedor.

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Pero hay algo peor que comprar ropa, que es tirarlos. Es evidente que no soy una serpiente. ¡Qué horror, abrir la puerta del armario, con reticencia, como si moviera la pesada losa del panteón de los antepasados! Aparecen los muertos en el armario: mudas viejas, pieles de serpiente colgando como cinturones, segundas mis pieles ajusticiadas en la horca, terneros sacrificados suspendidos en ganchos de matadero. Las clavículas de las perchas se han vestido con mis yos, y los cuellos de alambre con forma de interrogante me preguntan si de verdad pienso tirarlos. La ropa tiembla. Qué psicodrama. Los brazos de los jerséis me quieren abrazar. Las americanas, las chaquetas y las camisas viejas, decoloradas y gastadas, se han desbotonado y me enseñan el pecho: apuñalanos, ¡si tienes valor! Por los escotes veo corazones que laten y pulmones que aún respiran. Necesito sangre fría.

Cojo la bolsa de basura. Me cargo de valor y empiezo a descolgar el archivo de momias. Una camisa blanca y tísica que utilicé una vez hace 30 años, para mi boda; una chaqueta pasada de moda que nunca me he puesto, daño colateral de otras rebajas; una camisa fucsia que llevaba a San Francisco cuando presenté un libro; unos vaqueros que me favorecieron tanto en aquella cita y que han guardado el secreto, estoy en deuda pero están desgastados, agrietados en el culo, deshilachados en las rodillas, pero todavía podría ponérmelos para ir a la montaña; unos zapatos deportivos con la suela lisa y pelada, que sonríen y sacan la lengua como dos perritos fieles, ¡tanto que los he pisado! En la suela hay arena de mi juventud y en el algodón del jersey queda polvo, perfume de los buenos momentos, el calor…

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Por seductora y brillante, por gracia que me haga la ropa nueva, es una usurpadora. La ilusión no compensa a la añoranza. Tirar ropa, en vez de sacarme años, me añade. ¿No podré ponerme nunca más esta camiseta de cuando era joven? ¿Y si un día..? Lo acabo tirando en la bolsa de basura con violencia, rasgo una página de mi biografía. Tirar la ropa no es fácil. La desahucio del armario y es como si me arrancara tiras de piel.