Pocos días antes de la investidura de Donald Trump como presidente, Estados Unidos ha vivido dos atentados consecutivos que todo apunta a que no están relacionados. Ambos, también según los primeros indicios, han sido ejecutados por lo que se conoce en la jerga policial como lobos solitarios. El ataque de Nueva Orleans es claramente de ideología yihadista, inspirado por la propaganda del Estado Islámico. El segundo no parece tener esa motivación.
La primera reacción de quien en breve será el nuevo presidente ha sido disparar sin matices contra su antecesor en el cargo, Joe Biden, acusándole de debilidad ante la inseguridad, y apuntar también contra la inmigración antes de conocer detalles de la identidad de los culpables, que han resultado ser, uno y otro, ciudadanos estadounidenses. Ambos, además, estaban vinculados al ejército: uno ya estaba retirado y el otro estaba en activo. No es éste último un detalle menor.
Una vez más, Trump ha hablado con absoluta frivolidad demagógica dejándose llevar por sus prejuicios ideológicos, esparciendo el odio a los que vienen de fuera, despreciando y culpabilizando a sus rivales políticos y creando una atmósfera de miedo ante la que él mismo se erige en remedio radical y seguro. Difícilmente rectificará: nunca lo hace. Ensucia, que algo queda. Para él, cualquier ocasión es buena para dar a entender que la mano dura, y la búsqueda de villanos fácilmente identificables, es la salida a todos los problemas. Una supuesta salida que, como se ha visto en las últimas elecciones, recibe un apoyo entusiasta de miles de conciudadanos que necesitan certezas y promesas fáciles.
Pero resulta que, si hay algo concomitante en estos dos ataques, nada tiene que ver con el mundo de simplificaciones y culpables de Trump, sino todo lo contrario: está relacionado precisamente con su defensa cerrada de la cultura de las armas y la violencia, por otra parte tan arraigada en Estados Unidos. Más allá de las motivaciones de cada caso, los dos asesinos atacantes de New Orleans y Las Vegas se han formado y vivido durante años en un entorno militar y, por tanto, tenían normalizado el uso de armas y la resolución de sus problemas, reales o imaginarios, a través de la violencia. Trágicamente para algunos conciudadanos inocentes, se acabaron tomando la supuesta justicia por su cuenta.
De todo esto, evidentemente, Trump no ha dicho nada. No le cuadra con sus presupuestos. No le cuadra que sean dos ovejas descarriadas del ejército y no le cuadra que representen la peor cara del uso de armas. Si la verdad te estropea el discurso, te buscas una verdad alternativa: señalar a los sospechosos habituales (los inmigrantes) y, como si fueras un sheriff del viejo oeste "fuerte y poderoso" (eso es lo que promete), dar a entender que contigo no se atreverán. ¿Pero quién es responsable de "la violencia externa e interna que –según ha dicho el propio Trump a raíz de estos atentados– se ha infiltrado en todos los aspectos" de la vida norteamericana? ¿De qué discursos y ejemplos se alimenta? ¿Qué cobertura ideológica tiene? ¿Quién impulsó el asalto mortal en el Capitolio? El acusador Trump debería hacer una autocrítica que sin duda no va a hacer.