Me niego que en la lápida del cementerio ponga "Era discreta y obediente"

Cuando visito escuelas e institutos para hablar sobre mi oficio de escritora, explico a los niños y jóvenes la importancia del diálogo interno a la hora de crear. Porque el cerebro te puede boicotear diciéndote que no saldrás adelante o se puede convertir en tu aliado si aprendes a hablarte como tu mejor amigo, alguien realista, que no te engaña y que siempre te alienta a salir adelante.

Cuando lo digo no puedo evitar pensar en tantas mujeres que se hablan fatal. A algunos hombres también les ocurre, pero no tanto. El patriarcado ha regalado al género masculino la certeza de saber que ocupa un espacio central en el mundo, lo que procura a los hombres una seguridad en sí mismos que me da mucha envidia.

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Las mujeres, en cambio, remamos a la contra. Crecemos viendo que en el cine y en la televisión somos mayoritariamente personajes secundarios. Comprobamos día sí día también que las líderes, científicas, deportistas de élite, empresarias y escritoras que ganan el premio Nobel son anecdóticas. Se nos infantiliza cada vez que nos llaman “niña”. Y estudiamos con libros de texto en los que la presencia femenina es miserable. Por tanto, es natural que sufrimos más a menudo el síndrome de la impostora y que se nos dispare la voz que nos dice que qué nos hemos creído cuando queremos conseguir según qué. Y no es de extrañar que nos boicoteemos diciéndonos que no somos tan buenas, ni tan capaces ni tan nada.

Sería fantástico que el entorno fuera diferente y que la realidad externa nos ayudara a cambiar este diálogo interno. Sería fantástico, y el activismo feminista y el trabajo de las instituciones y de todos para que se produzca el cambio es imprescindible. Pero también es importante que al mismo tiempo que luchemos y reivindiquemos, que exigimos y votemos en consecuencia, nosotros cambiemos esta voz por una Siri, una Alexa, una María Mercè, o como queramos decirle a nuestra asistente de voz, que nos hable como si fuera nuestra mejor amiga.

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Yo lo he hecho, porque también me hablaba como el culo y os contaré cómo lo he programado por si le sirve. Ahora me digo que la cosa está difícil, pero que quien no arriesga no pisa porque me niego que en la lápida del cementerio ponga "Era discreta y obediente" (si fuera así me volvería a morir de espanto). También me explico que el patriarcado es una realidad y una porquería, pero que haré como si no existiera y me plantaré donde quiero y haré lo que quiero ya ver qué pasa. Pero la configuración no termina ahí. Mi voz interna de mejor amiga me recuerda que sí, que tengo una edad, pero que a pesar de los achaques físicos la experiencia es un grado; que eso de ser invisible no lo dirán por mí; que la menopausia no es el apocalipsis y que hay mil soluciones para los cambios físicos (y que la libido no tiene por qué bajar, ehem); que el edadismo se le pueden joder donde los quepa, que yo pienso hacer lo que me dé la gana tenga la edad que tenga y salir adelante con alegría, porque estoy convencida de que la vida de la mujer en la madurez es la bomba en todos los sentidos. ¿Y sabéis qué? Funciona. Y no es raro. Porque las mejores amigas (y su voz), tal y como ya conté, son lo mejor que hay y nunca se equivocan.