No es fácil ser James Bond: ni dentro ni fuera de la pantalla

El 5 de octubre es el Día Mundial de James Bond, coincidiendo con la fecha de estreno del primer film de la saga: Agente 007 contra el Dr. No (1962). Apuesto, valiente, seductor, fanfarrón, omnipotente... sin duda un modelo de masculinidad con el que muchos hombres han fantaseado, creyendo que llevaría implícita la infinita lista de conquistas sexuales. De hecho, James Bond no sería él sin la chica Bond, un recurso absolutamente misógino que degradaba a las mujeres a meros trofeos de caza para sacar su masculinidad a pasear. Las chicas Bond cambiaban en cada película, fruto de una bulimia sexual que primaba la cantidad por encima del compromiso, pero siempre persistía Moneypenny, que esperaba, abnegada y paciente, a que él le brindara cuatro migajas de flirteo entre misión y misión, intentando encestar el sombrero de fieltro en el perchero.

Para construir este personaje el vestuario ha sido crucial, hasta el punto de que James Bond ha sido un auténtico referente de estilo. Está claro que su apariencia va asociada a la elegancia del traje. Este personaje, como símbolo de la cultura británica, sin duda debía ir emparejado con uno de sus bastiones culturales: la sastrería. De hecho, Sean Connery fue el James Bond estéticamente más clásico. Elegancia y sofisticación pero siempre sin esfuerzo, para no desmontar el mito y hacerlo más creíble, aunque es interesante saber que lo hacían dormir con el traje para que lo normalizara durante el rodaje. Esta indumentaria es uno de los símbolos masculinos más reconocibles en moda, que otorga poder, control y respeto a quien lo lleva y que el Bond de Connery alternaba, de vez en cuando, con piezas más informales, como el mítico mono azul en tela de toalla que lució en Goldfinger (1965).

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Roger Moore pasó a la historia como el James Bond Playboy, con una indumentaria más atrevida, con trajes de doble botonadura poco vistos hasta entonces y camisas saharianas, sin olvidar el impecable esmoquin de color marfil que llevaba en Octopussy (1983) y que lo ha coronado como el Bond más elegante. Después de la estética informal de los trajes sin corbata de Timothy Dalton, cercanos al Richard Gere de American gigolo (1980), vendría Pierce Brosnan, que retoma el cariz clásico de la sastrería, incorporando de nuevo la corbata y combinándola con trajes de hilo al más puro estilo Riviera francesa.

Daniel Craig ha sido el último James Bond y, para muchos, el actor más completo que ha encarnado al agente secreto, un Craig que se caracterizó por unos trajes ajustadísimos a la silueta, hasta el punto de parecer que habían encogido o que eran de una talla menos de lo que le tocaría, un recurso estilístico de la mano de Tom Ford, que no tenía otra voluntad que hacer lucir la musculatura del actor.

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La reflexión en torno a la masculinidad es uno de los principales pilares de las películas de James Bond. Ciertamente, a lo largo de los años el personaje ha experimentado una deconstrucción respecto a los orígenes, puesto que con Craig el personaje es más complejo y las mujeres adquieren categoría de iguales. Pero, sin embargo, sigue siendo un estereotipo de masculinidad inalcanzable, con una presión demasiado grande sobre cómo debe ser un hombre. En cualquier caso, y para la tranquilidad de muchos, es interesante fijarse en el cambio estético tan radical de Daniel Craig desde que ha dejado ese papel. Por contrato estaba obligado a vestirse y comportarse de una forma determinada, tanto dentro como fuera de la pantalla. Ahora, ya liberado de ser 007 las 24 horas del día, su aspecto ha experimentado un giro de 180 grados, mucho más relajado e informal. Claramente, ser James Bond no es fácil, ni para la mayoría de los mortales ni para los que están entrenados para interpretarlo.