Por un nuevo pacto por el catalán en la educación
Las dificultades cada vez más evidentes en las que se encuentra el uso social del catalán, reflejadas en las encuestas, han vuelto a poner encima de la mesa la auténtica realidad lingüística en el mundo de la educación. Durante décadas, el consenso de la inmersión en la educación obligatoria y del catalán como lengua vehicular en la educación superior ha tenido varios efectos: por un lado, ha permitido avanzar en la normalización de la lengua (sobre todo los primeros años de la democracia, gracias a un gran consenso social que iba a favor), pero, por el otro, ha anestesiado el debate y ha enmascarado una situación de creciente laxitud. El terreno educativo fue concebido como un elemento correctivo, de discriminación positiva, a favor de la lengua propia y minorizada en su mismo territorio, una función que cada vez se ejerce menos y que, además, ha sido chapuceramente puesta en cuestión por la derecha españolista política y mediática, que ha querido convertir este histórico programa de ayuda al catalán en una supuesta e inexistente discriminación del castellano. En parte lo han logrado: han envenenado una parte de la opinión pública y han conseguido judicializar el problema, de forma que parece inminente la decisión del Tribunal Supremo a favor de la obligación dictada por el TSJC de impartir un 25% de la educación en la escuela en castellano. Esto, sumado a una creciente y en determinadas zonas apabullante preeminencia del castellano entre los jóvenes, sin duda puede ser un golpe letal para el sistema de la inmersión y, por lo tanto, puede suponer un retroceso todavía más grave en el uso social del catalán. Estamos, pues, ante una nueva emergencia lingüística en las aulas, donde el catalán corre el peligro de convertirse en un mero decorado.
Ante esta situación, se hace más necesario que nunca recoser un gran nuevo pacto político, cultural y social a favor del catalán a nivel global, con especial énfasis en sectores clave como el audiovisual y este del que hoy hablamos, el de la educación. En este campo, la comunidad educativa, con los maestros al frente, tiene mucho que decir, porque son los que conocen de primera mano la realidad lingüística de los alumnos. En todo caso, hoy solo un 19,6% de los barceloneses de 15 a 29 años hablan habitualmente en catalán: para muchos, el único contacto con la lengua está en las aulas (en cuanto a la población de más de 15 años de toda Catalunya, hablan habitualmente en catalán el 36,1%). En este contexto, hacer recular el catalán en la educación primaria, secundaria y universitaria puede resultar letal. Contra la tergiversación de los últimos años, la verdad es que la inmersión cada vez se ha ido cumpliendo menos (sobre todo en secundaria) y que el catalán es poco vehicular en las universidades. Toca, pues, repensar el sistema. Y a pesar de la presión intolerante de algunos, construir un consenso que se sustraiga de la política de bloques y conciba el catalán como un derecho y un patrimonio cultural de todos los ciudadanos de Catalunya.