Oriente Próximo entra en territorio desconocido

La muerte del líder de Hezbollah, Hasan Nasrallah, en el bombardeo israelí del viernes contra los cuarteles de la milicia proiraní en un barrio de Beirut sitúa el conflicto de Oriente Próximo en una nueva dimensión, en la que todas las miradas se dirigen hacia el Irán. Lo cierto es que el frente libanés está siendo mucho más exitoso para Benjamin Netanyahu que el de Gaza, donde después de un año sigue estancado. Se suponía que Hezbollah, que cuenta con el apoyo explícito de Irán, era una organización mucho más poderosa que Hamás, pero en las últimas semanas ha quedado fuertemente debilitada tras las explosiones de los dispositivos buscapersonas, que afectaron a cientos de milicianos, y ahora, sin Nasrallah, queda además descabezada. Es evidente que la intención indisimulada de Netanyahu es desafiar a Irán y provocar una guerra generalizada en Oriente Próximo que involucre tanto al régimen de los ayatolás como a Estados Unidos. Por eso la muerte de Nasrallah debe interpretarse como la enésima provocación en Teherán, que de momento sólo responde con una retórica inflamada en la que promete venganza. Habrá que ver cómo se vehicula esta venganza, pero de momento no parece que Teherán esté interesado en un enfrentamiento total.

La cuestión es qué debe hacer la comunidad internacional ante esta escalada bélica que parece no tener fin. ¿Hay que permitir que Israel incendie toda la zona para vengar los ataques de Hamás del 7 de octubre en busca de un nuevo orden geopolítico que asegure su preeminencia en la zona? ¿Qué consecuencias puede tener ese conflicto en las relaciones entre el mundo islámico y Occidente?

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De entrada hay que decir que el sueño israelí de tener unas fronteras seguras y reconocidas por sus vecinos difícilmente puede imponerse a sangre y fuego ya costa de miles de víctimas. La supremacía militar israelí puede servir para ganar guerras, como ya ha sucedido en el pasado, pero no para asegurar la paz, como también se ha visto. Netanyahu está jugando con la comunidad internacional haciendo ver cuándo le conviene estar dispuesto a explorar una vía diplomática, cuando en el fondo está decidido a jugar la carta militar hasta el final. Ante este escenario sería bueno que la Unión Europea y Estados Unidos, que son los principales aliados de Tel-Aviv, concertaran una posición común para presionar al gobierno israelí de forma efectiva. La clave de vuelta, evidentemente, la tiene Washington, que es quien provee a Israel del armamento y las municiones necesarios para continuar su campaña en dos frentes.

En Naciones Unidas ya se ha visto claro esta semana cuál es el posicionamiento de la mayoría de países, y cómo el apoyo, explícito o implícito, en Israel está haciendo más honda que nunca la grieta entre Occidente y el resto del mundo, que ve cómo se masacran civiles todos los días sin que haya voluntad real de parar los pies en Netanyahu. Y la guerra total que busca puede tener consecuencias imprevisibles y nefastas para todos, incluyendo a los israelíes.