La paciencia: ¿una virtud o una tomadura de pelo?

La plataforma en estríming pierde la señal de emisión y tras pedir disculpas en pantalla y advertir que los técnicos trabajan para arreglarlo, un pequeño rótulo añade: "Gracias por la paciencia", presuponiendo, con una chispa de cinismo, que les abonados disponen de esa virtud. El ministro de Transportes, Óscar Puente, hacía declaraciones sobre el eterno traspaso de Cercanías y alegaba que "Roma no se construyó en dos días", un eufemismo que sirve para pedir paciencia a los usuarios sin que se note demasiado. lante al sueño de un imperio como compensación. Hace pocos días, el vicepresidente segundo del gobierno valenciano, Gan Pampols, responsable de coordinar las labores de recuperación económica y social tras la tragedia de la DANA, alertaba a la ciudadanía: "No esperen milagros, porque los milagros no existen". Y después de este vaticinio desalentador, llegaba lo inevitable: pedía paciencia a una comunidad que en los últimos meses ha tenido que gastar demasiado. El Real Madrid también pide paciencia al joven delantero Endrick para que se quede en el club. El futbolista solo ha jugado doce ratitos y nunca ha sido titular y hacerle cultivar la paciencia parece un eufemismo para que asuma que debe ponerse en la cola porque todavía hay unos cuantos mejores que él.
Las generaciones más jóvenes suelen tener las baterías de la paciencia cada vez más bajas de carga. Dicen que son menos resilientes, con menor tolerancia a la frustración y con baja capacidad de atención. Son los emperadores de la inmediatez, de la gratificación instantánea. Como sociedad también nos hemos vuelto impacientes a pesar de las promesas de transformación que se auguraron con la sacudida de la pandemia y el confinamiento. Vivimos en la tradición de ahora mismo y máximo un minuto. Los vídeos deben ser cortos, los mensajes deben ser breves, las frases deben ser concisas y las explicaciones deben ser rápidas. Los noventa minutos de los partidos de fútbol se hacen eternos y los temarios de filosofía son demasiado largos.
La paciencia es, desde Aristóteles, un acto de coraje esencial para alcanzar la virtud y el equilibrio en la vida. Dice el dicho que la paciencia es la madre de la ciencia, pero si observamos ese árbol genealógico imaginario, nos encontraremos que quizás la paciencia es la hija de la humildad y la esperanza. Nos obliga a aceptar los límites, los propios y los demás, y nos ayuda a entrenarnos en el optimismo. Es un acto de fe. Durante muchos años, en una sala de espera de una gran doctora, colgaba un pequeño cuadro en la pared con un proverbio: "Si se sabe esperar a que llegue el momento adecuado, devolverán las circunstancias tranquilas y se conseguirá el que se espera". La sentencia tenía la intención sibilina de educarnos en la paciencia, de forjarnos el carácter, casi como prenda imprescindible para alcanzar los objetivos. "Ten paciencia" es la "aguanta" y lo "valdrá la pena". Pero también lo "ya veremos" y el "poco a poco". Cuando el médico te pide paciencia, es que todavía te quedan unas semanas de sufrimiento delante. Si te lo pide el abogado, te mentaliza para convivir con la incertidumbre del final. Si te lo dice el profesor, es que no te estás saliendo bien y en la petición se exige una buena dosis de esfuerzo. Si te lo dice el entrenador de fútbol es una orden para mantener la cabeza fría. Si te lo pide el cerrajero, ve buscando a otro que pueda venir antes. Si te lo pide el mecánico, ya estás jodido. Y si te lo pide un cura, prepárate para el suplicio.
La paciencia es una virtud que demuestra sabiduría y tranquilidad de espíritu. Practicarla es un acto de generosidad. Pero cada vez más tiene algo de tomadura de pelo. Según cómo, parece una invitación a la inacción y la apatía. Sobre todo cuando te la piden por adelantado.