Opinión

Cuando los padres perdemos la paciencia

Solo pido respetar a nuestros hijos como si fueran desconocidos

BarcelonaA veces los padres perdemos la paciencia con los hijos. Nos enfadamos por cosas que, pensándolo bien, tenemos que acabar reconociendo (al menos en privado) que no eran muy importantes. Los reñimos, los insultamos y denigramos (“¿pero eres tonto, o qué?”; “¡pareces un niño pequeño!”; “mira cómo tienes la habitación, ¿no te da vergüenza?”). Lanzamos amenazas ridículamente apocalípticas (“no volverás a jugar con tu prima hasta que no pidas perdón”; “ya no te quiero”; “los Reyes te traerán carbón”; “cogeré todos los juguetes y los tiraré”). Castigamos (incluyendo eso tan moderno de la “silla de pensar”, que nos permite hacer ver que creemos que no es un castigo “de verdad”, aunque nadie se lo crea). Incluso “se nos va la mano” (pero, claro, una “bofetada a tiempo” es muy educativa). Y después quizás todavía tenemos tiempo para culpabilizar a la víctima (“¡mira lo que me has obligado a hacer!”; “¡es que te lo estabas buscando!”).

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Sí, a veces perdemos la paciencia. A todos nos ha pasado. Es comprensible: el estrés de la vida moderna, el trabajo, el tráfico, el dinero que no llega, el cansancio... y llegas a casa y todavía tienes que hacer la cena y poner una lavadora y la niña que no ha hecho los deberes y el pequeño que tiene una pataleta, y gritan y se pelean y los juguetes por el suelo... Es comprensible.

Pero también se tiene que decir que en el trabajo hemos aguantado ocho horas al jefe, a los compañeros, y a los clientes, siempre con una sonrisa, pidiendo las cosas por favor y dando las gracias. Y hemos vuelto en medio de un tráfico infernal, parando en todos los semáforos y respetando todos los stops. Y hemos pasado por el supermercado, y hemos comprado lo que hemos podido con aquel dinero que no llega, y la cajera, que también lleva ocho horas o más trabajando, nos ha sonreído, y le hemos devuelto la sonrisa. Y en todo el día no hemos reñido a nadie, no hemos castigado a nadie, no hemos abofeteado a nadie. Pensándolo bien, tal como están las cosas, hemos tenido una paciencia admirable.

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No pido, pues, nada del otro mundo. Está dentro de nuestras capacidades, lo hemos demostrado. Solo unas horitas más de paciencia, en casa, con nuestros hijos, a los que queremos. Respetarlos como si fueran desconocidos. Y si un día perdemos la paciencia (que la perderemos, porque somos humanos y estas cosas pasan), podemos reconocer nuestro error no solo en privado, sino ante nuestros hijos, y pedir perdón.