Iberos

La Pompeya valenciana: la historia del poblado íbero que sólo duró un siglo

El asentamiento ibérico de la Bastida de les Alcusses, en el País Valenciano, fue una de las ciudades más importantes de la Contestania Ibera

Nerea Pedrón
y Nerea Pedrón

MojienteEn el extremo suroeste de la sierra Grossa, cerca de Moixent, en la comarca de la Costera, se encuentra el que fue un poblado fortificado en el siglo IV a. Un hogar en ruinas quemadas que apuntaba maneras para ser la Pompeya valenciana. Su riqueza y la curiosidad que despertaba la fuga repentina de los habitantes de aquel paraje dejaban muchas dudas sin resolver. ¿Qué es lo que ocurrió en ese poblado íbero?

Un siglo ha pasado desde las primeras noticias de la existencia del yacimiento. En 1909, Luis Tortosa, nacido en Ontinyent, en la comarca del Valle de Albaida, le comunicó a Isidro Ballester que había encontrado un gran "despoblado". Ballester, impulsor y director del Museo de Prehistoria de Valencia, se apasionó con ese primer indicio. ¿El siguiente paso? Ir.

Junto a Gonzalo Viñes, sacerdote y archivero, Ballester visitó por primera vez el yacimiento. Allí, se dio cuenta de que la labor que tenían entre manos iba a ser mayor de lo previsto: deberían hacer una excavación de unas dimensiones que solo sería viable con el apoyo institucional. Ido, en 1927, se creó el Servicio de Investigación Prehistórica, organización perteneciente a la Diputación de Valencia, cuyo objetivo era apoyar las excavaciones a gran escala.

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Por consiguiente, el 1 de julio de 1928, una veintena de hombres se congregaron en el Andamio de las Alcusses para empezar a trabajar en las primeras excavaciones. Estos grupos estaban organizados con un arqueólogo, que era el experto y lideraba la expedición, y un colectivo de obreros. Las técnicas utilizadas eran muy diferentes a las de hoy, además de la formación de quien estaba en el lugar de la excavación: trabajaban a golpes de azada.

De la época dorada al proceso oscuro

Durante cuatro campañas, desde 1928 hasta 1931, el yacimiento se convirtió en un hito de la arqueología valenciana. La Bastida de les Alcusses era una imagen perfecta de un momento concreto de la historia, y se declaró Monumento Histórico-Artístico por ser un referente de estudio sobre la cultura ibérica.

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Los años dorados duraron poco, se vieron rotos con la proclamación de la República: los equipos de investigación abandonaron el poblado. De repente, el Servicio de Investigación Prehistórica sufrió una reducción económica que les llevó a dejar su labor de excavación. El tiempo provocó que, por segunda vuelta en la historia, el Andamio de las Alcusses quedara enterrada por tierra y vegetación; de nuevo, quedaba en el olvido.

El expolio se convirtió en un problema habitual, puesto que el yacimiento no contaba con vigilancia. "Para acceder, era tan sencillo como ir al ayuntamiento del pueblo (Moixent) y pedir las llaves. No había nadie encargado del yacimiento, entonces se podía hacer cualquier cosa", cuenta Lupe Sanz, ahora guía turístico de la Andamio de las Alcusses. Nos lo cuenta mientras pasea por los cimientos del poblado que ha visto tantas veces. Un poblado que, en la actualidad, se encuentra en una situación más estable.

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"Desde que se reanudaron los trabajos a finales de los años noventa, el yacimiento se encuentra en un momento en el que avanzamos con más cuidado", reflexiona Sanz. A partir de la última década del siglo pasado, se empezaron de nuevo las excavaciones, con campañas de verano de tres semanas.

Aunque la investigación se viera parada, su historia seguía bajo tierra, a la espera de ser descubierta. Unas vidas y una sociedad que estaban encontrando el momento para hacerse ver.

Una ventana hacia sus vidas

Cien años. Alrededor de un centenario hicieron de ese asentamiento su hogar. Las incógnitas que se encuentran hoy sobre cómo llegaron y vivían al sur de la sierra Grossa despiertan el interés tanto de estudiosos como de los visitantes. ¿Qué es lo que escondían los siete metros de altura de muralla del poblado?

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Cuatro hectáreas ocupaba el asentamiento. De murallas hacia adentro era un poblado con una organización social muy impropia de su época. Según las investigaciones publicadas por Helena Bonet y Jaime Vives-Ferrándiz, todos los cimientos de las casas datan de los mismos años, lo que prueba que antes de construir el poblado había habido una planificación para hacerlo.

Predominado por una calle central, a norte y sur se establecían familias de diferente clase social. Al sur, las familias más poderosas y con mayor riqueza, ya que era la zona más cálida. En cambio, en el norte vivía el resto de la población, donde el frío llegaba a todas las casas. Aún así, los más poderosos aprovechaban el clima del norte, haciendo pequeños almacenes en la otra zona para conservar mejor sus alimentos.

Esta división evidenciaba la existencia de una jerarquía social. Además, el tamaño de las casas de las élites era considerablemente superior respecto al resto de la población. Cinco familias eran las que tenían esa autoridad, pero ¿de dónde provenía su patrimonio?

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El poblado, como era habitual en la época, trabajaba en la agricultura y la ganadería, pero no era su tarea principal. El comercio lo era, controlado por las élites que explotaban el campo, el ganado y los metales para potenciar los intercambios. "Hay cinco talleres de metalurgia, pero la producción que hemos encontrado de armas no es tan alta; las hacían para comerciar con ellas", explica Sanz. El alcance del intercambio era tal que se han encontrado cerámicas propias de Atenas, que incluso los íberos trataban de copiar.

El mercadeo tenía una afluencia tan importante en el poblado que, junto a la calle principal, se han encontrado los yacimientos de lo que se piensa que es una lonja. Este espacio les servía para realizar intercambios, pero también para que las familias poderosas pudieran hacer reuniones y hablar entre ellas. La exclusión del resto del poblado se fundamentaba en las únicas puertas de acceso a la parte sur, factor que permitía la entrada sólo en las élites. Sin embargo, lo que sí les interesaba era estar cerca de campesinos y artesanos especializados, así como de los guerreros más destacados.

La representación de los caballeros del poblado íbero se encuentra en el Guerreret de Moixent, figura de bronce hallada en el yacimiento que se convirtió en el icono del Museo de Prehistoria de Valencia y de su pueblo, Moixent. La pieza encarna la imagen del caballero modelo, lleva un casco con una gran panoplia, montado a caballo. Es el símbolo del poder.

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Una fuga sin dejar rastro

El sueño de una sociedad dominante respecto a las demás no agradaba a los poblados de alrededor. El crecimiento del Andamio de las Alcusses era innegable: incluso en las casas del norte, donde la mayoría de las familias vivía, se han encontrado ampliaciones posteriores de las casas, lo que apunta a que cada vez había más riqueza. Esta situación, quizás por competencia, quizás por enfrentamientos con otros íberos, obligó a los habitantes de la Bastida a desalojar el poblado.

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De golpe, un fuego arrasó todo el poblado. El abandono fue rápido y forzado, dejando todas sus pertenencias atrás, además de su dignidad como pueblo. Las llamas se llevaron todo su hogar. El poblado no fue reocupado, ni por los atacantes, ni por otras civilizaciones. El Andamio de las Alcusses, o lo que restaba de aquella cultura, fue enterrada por el tiempo.

El asentamiento ibérico de Les Alcusses se convirtió en una fotografía perfecta de un tiempo concreto, el de la civilización ibera. Los cimientos de quienes fueron casa ahora nos llevan a un viaje de regreso a una época muy lejana, pero muy nuestra.