Las primeras palabras de los niños están hechas de chillidos y gruñidos
A partir de los dos meses los bebés comienzan a ensayar los sonidos que más adelante les permitirán hablar
El desarrollo del lenguaje en los recién nacidos es un proceso complejo, en gran parte instintivo, aunque los modelos que cogen del entorno, especialmente de los cuidadores, y la interacción social también influyen en él. Durante los primeros doce meses de vida, los bebés pasan por diversas etapas en las que sus vocalizaciones van creciendo en complejidad de forma progresiva. Por supuesto, esto es aplicable a niños neurotípicos. Si presentan algún tipo de diversidad funcional o cognitiva, algunos de estos procesos pueden quedar alterados o modificados.
El desarrollo del lenguaje hablado es crucial para la especie humana. Charles Darwin, en su libro El origen del hombre, que publicó en 1871, ya destacó muy acertadamente que "una cadena de pensamiento larga y compleja no es posible sin la ayuda de las palabras, sean habladas o silenciosas". Sin embargo, a pesar de la importancia del lenguaje, el número de estudios realizados sobre las primeras etapas de su desarrollo es relativamente escaso, y la mayoría se limitan a investigar la producción de sonidos que realizan los bebés en condiciones de “laboratorio”. Es decir, muy controladas para evitar interacciones externas, normalmente durante unos pocos minutos o, como máximo, una hora, lo que dificulta realizar un seguimiento del encadenamiento de vocalizaciones y el incremento progresivo de complejidad en el transcurso del tiempo.
En este sentido, la lingüista coreano-estadounidense Hyunjoo Yoo y sus colaboradores, de diversas universidades y centros de investigación internacionales, han grabado las vocalizaciones de 130 niños en condiciones “ecológicas”; es decir, mientras se encuentran en casa con sus cuidadores, durante las 24 horas del día, a lo largo de su primer año de vida. Entre todas las grabaciones, han seleccionado más de 17.000 que cumplían unos criterios claros de audición, y las han analizado minuciosamente. Según concluyen en el trabajo que han publicado en Plos One, los chillidos y los gruñidos que los bebés intercalan con las vocalizaciones son ensayos que les permiten adquirir un control muy diestro del aparato fonador, el cual es imprescindible para poder empezar a decir sus primeras palabras al final de este período. Y, al mismo tiempo, también sirven para que los cuidadores estén en el caso del nivel de bienestar de los niños. A pesar de que los resultados obtenidos son intuitivamente previsibles, esta demostración empírica aporta datos significativos sobre la importancia del desarrollo del lenguaje en la especie humana y su evolución.
De forma resumida, a través de estos miles de horas de grabaciones hechas en condiciones “ecológicas” han comprobado que los sonidos que producen desde el nacimiento hasta los dos meses son principalmente reflejos y no intencionales: llantos, estornudos, suspiros y sonidos guturales que producen como respuesta al entorno inmediato oa necesidades fisiológicas. Entre los dos y los cuatro meses comienzan a producir sonidos de forma voluntaria, especialmente gruños y chillidos que intercalan con sonidos vocálicos. Son, sin embargo, sonidos aislados, que no siguen ninguna secuencia, como ba, da, na, etcétera, que les permiten fortalecer la musculatura asociada al aparato fonador y empezar a controlarla de forma expresa.
A partir de los cuatro meses comienzan a encadenar los sonidos que previamente han ensayado, haciendo secuencias cada vez más complejas: ba-ba-ba, da-da-da, na-na-na, etcétera. Lo interesante de esta etapa y de las posteriores, y ésta es una de las principales aportaciones de este estudio, es la frecuencia con la que lo hacen de forma espontánea. Según las grabaciones que han examinado, pueden llegar a realizar hasta cuatro o cinco encadenamientos de sonidos cada minuto, lo que, a través de la práctica, les va dando un control cada vez más preciso de la musculatura del aparato fonador, incluidas las cuerdas vocales, que les será imprescindible para poder empezar a decir las primeras palabras.
Además, aunque en los experimentos anteriores se creía que lo hacían para llamar la atención de los cuidadores, que estaban presentes en los experimentos realizados en condiciones de laboratorio, han visto que en condiciones ecológicas lo hacen mucho más a menudo cuando están solos, simplemente para sí mismos. Viene a ser una forma de juego y de entrenamiento instintivo que les va preparando para empezar a hablar.
Sin embargo, esto no quita, como destacan Yoo y sus colaboradores al final del trabajo, que los cuidadores, cuando se dan cuenta de estos encadenamientos de sonidos, los interpretan como una señal del bienestar de los niños y de su adecuado crecimiento. En un contexto evolutivo, se ha propuesto que este hecho estimula a los progenitores a cuidar aún a los niños que hacen más sonidos o que los encadenan de forma más compleja, lo que actúa de factor de selección natural para favorecer, precisamente, 'cumplimiento de este instinto biológico: adquirir un lenguaje oral complejo que permita, como dijo Darwin, generar cadenas de pensamiento largas y complejas.