¿Cómo aprenden a saludar a los bebés?
Los niños aprenden y mimetizan conductas y gestos por el valor social que tienen más allá de la eficiencia, como por ejemplo saludarse con la mano o besarse
¿Cómo lo hacen los niños para aprender rituales sociales, como saludar a familiares y personas conocidas con dos besos, pero no aplicarlo con desconocidos? Una investigación impulsada por el Center for Brain and Cognitition (CBC) de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) ha analizado cómo los bebés aprenden comportamientos como éstos, que no son estrictamente racionales ni instrumentales, durante su proceso de socialización en comunidad.
Tal y como explica Jesús Bas, investigador del CBC y uno de los autores del estudio, los antecedentes de esta investigación más reciente se encuentran en otras que tienen en cuenta el concepto llamado principio de racionalidad, que asegura que los niños –y, en teoría, los seres humanos– asumimos que la gente actúa de forma racional o eficiente. "Si tienes un objetivo, haces las acciones justas y necesarias para conseguirlo y los niños entienden que, para alcanzar este objetivo, debe actuar de una manera determinada, porque así es como han visto siempre que se hace" .
Bas pone como ejemplo que si hay una lámpara que debe encenderse y los niños ven que la enciendes con la cabeza, se quedan muy extrañados, porque siempre han visto que se hacía con la mano. Así, el estudio también contribuye a explicar por qué las personas no seguimos siempre los principios de racionalidad, es decir, por qué no siempre actuamos de la forma más eficiente posible para alcanzar nuestros objetivos. Los resultados sugieren que los niños aprenden y mimetizan conductas y gestos por el valor social que tienen más allá de la eficiencia, como por ejemplo saludarse con la mano o besarse cuando se encuentran con personas conocidas. “Teóricamente, los niños asumen que todo el mundo actúa de forma racional y que si alguien no lo hace es porque quizás es importante no hacerlo”, señala Bas.
Un estudio con más de treinta bebés
En una primera parte del estudio, en la que participaron más de una treintena de bebés de quince meses, se examinaba la reacción que tenían ante personajes animados que interactuaban entre ellos después de realizar acciones más o menos eficientes. Después, los bebés veían cómo un tercer personaje, el observador, se acercaba a los otros dos muñecos. En ese momento, los investigadores observaron que los más pequeños se sorprendían cuando el observador se acercaba al muñeco ineficiente, pero que veían normal que se acercara al eficiente. "No sólo asumimos que la gente actúa de manera eficiente, sino que, además, esperamos que si se hace amigo de alguien, también sea de una persona eficiente", indica Bas.
En una segunda fase del estudio, el personaje observador imitaba a los dos primeros muñecos, es decir, también actuaba eficiente e ineficientemente. En este caso, los bebés reaccionaron de la forma contraria: se sorprendían cuando el observador, ahora imitador, se acercaba al muñeco eficiente, pero veían normal que se acercara al ineficiente. A partir de estos resultados, la investigación señala que las personas, desde pequeñas, entienden que es poco probable que dos personas hagan por casualidad una misma conducta ineficiente y que, si lo hacen, es probable que sean amigas. A partir de aquí, se deduce que existen motivos sociales que explican este tipo de conductas, relacionados con las convenciones culturales de cada comunidad y que a menudo tienen funciones comunicativas. “Un ejemplo que he puesto muchas veces para entender esta reacción es el de la moda: la gente no viste de forma eficiente, sino dependiendo del grupo social con el que se identifica. Por eso queríamos ver si los niños asumen que las personas que realizan conductas ineficientes están vinculadas socialmente”.
Así, este estudio ha ayudado a revelar que cuando un individuo solo realiza algún comportamiento ineficiente, puede ser evaluado negativamente, pero si lo hace en comunidad, se interpreta que se debe al vínculo que une a sus miembros ya los ritos sociales que comparten. En este sentido, los investigadores indican que los niños podrían ser capaces de comprender en qué circunstancias sociales concretas los individuos acaban reproduciendo conductas no instrumentales. Por ejemplo, en la vida real pueden comprender que está socialmente aceptado besar para saludar a personas conocidas, pero no desconocidas. “Aquí, lo que estamos viendo, es que los niños, si no existe principio de racionalidad, asumen que es información social. Este mecanismo tan sencillo que hemos visto con muñecos abstractos es el que después permite entender acciones culturales que pueden realizar niños de mayor edad o adultos. De hecho, hay muchas conductas que se hacen a nivel cultural y que quizás en su origen eran racionales, pero que ahora han quedado simplemente como una conducta social que se aprende y se imita, como es el caso de saludarse con dos besos”, explica Bas.
La investigación del CBC también muestra que uno de los factores que facilita que los niños aprendan estos comportamientos ineficientes relacionados con los rituales sociales es precisamente que les suscitan una reacción de sorpresa en un primer momento. Estudios neurocientíficos previos ya han demostrado que el desajuste entre lo esperado y lo observado y la sorpresa que provoca contribuye al proceso de aprendizaje. “La forma en que estudiábamos qué sorprendía a bebés de quince meses se basaba en el tiempo que restaban mirando la pantalla. Ya hace muchos años que sabemos que los niños, cuando ven algo que no esperan, se quedan mirándolo más rato. Con las diferentes escenas que les mostrábamos, con los personajes animados, veíamos si se quedaban boquiabiertos o no. Algunos incluso reaccionaban poniéndose la mano en la cabeza”, comenta Bas.