Trump y los riesgos de una guerra comercial
BarcelonaFiel a su estilo, el próximo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha amenazado a los dos países estadounidenses con los que tiene frontera terrestre, México y Canadá, con aranceles del 25% si no detienen la llegada de inmigrantes y fentanilo, la sustancia que está haciendo estragos entre la juventud estadounidense. Amenazar con subir los aranceles para resolver otros problemas, como el control de fronteras o el tráfico de drogas, forma parte de la forma de funcionar de Trump. La clave de todo ello la mujer Angela Merkel en sus memorias, cuando dice que Trump es una persona que considera que lo que gana un país debe perderlo otro y, por tanto, no cree en el principio que la colaboración puede beneficiar a ambos lados. Por eso Trump, que se ve como el capitán del barco más grande del océano, rechaza los tratados multilaterales y prefiere negociar con todo el mundo de tú a tú, de forma bilateral, porque es la forma de poder imponer siempre sus condiciones y no comprometerse en la multilateralidad.
Aplicado a la economía global, el trumpismo, pues, es igual a proteccionismo y guerras comerciales. De hecho, este martes también ha anunciado unos aranceles extras del 10% para los productos de China, que es su gran adversario. Habrá que ver si realmente cumple sus amenazas o si es una estrategia negociadora, pero lo que es evidente es que, tratándose de Trump, hay que prepararse para el peor escenario. Los economistas coinciden en que un escenario de guerra arancelaria supondría un freno para la economía mundial, pero esto aparentemente a Trump le da igual, ya que lo único que le interesa son los efectos dentro de Estados Unidos. Y aquí es donde no está claro qué podría suceder, porque todavía hay muchos interrogantes, como qué ocurriría con el dólar y con la política monetaria de la Reserva Federal. De entrada, si hay menos importaciones los precios dentro de Estados Unidos subirán, lo que será negativo para la base electoral del mandatario republicano, ya que una de sus principales promesas es controlar la inflación y devolver poder adquisitivo a la clase trabajadora. El principio es muy sencillo: si los productos importados, como coches chinos, que hasta ahora eran más baratos, son ahora más caros para los aranceles, los coches estadounidenses serán más competitivos, pero siempre a un precio superior.
Este nacionalismo económico ya fue una de las divisas de Trump en su primer mandato, pero sólo pudo aplicarlo de forma limitada, ya que las empresas estadounidenses construyen en todo el mundo (un buen ejemplo de ello es lo mismo Elón Musk). El programa de aranceles se combina con otras medidas ya anunciadas, como fuertes recortes de impuestos, desregulación económica y desmantelamiento de los programas de asistencia social y de la estructura de la administración en general. No cabe duda de que Trump se juega su legado político en el ámbito económico, y que no dudará en coaccionar a quienes hasta ahora eran sus socios comerciales si cree que esto le beneficiará, y eso incluye a Europa. Pero si la jugada acaba saliendo mal, como predicen algunos economistas, habrá que ver si el resultado final es un deterioro de la economía mundial. Un deterioro que, de forma inevitable, impactaría también en Estados Unidos.