La última Concha de Oro es un viaje al corazón de las tinieblas de la Colombia post-FARC

Del infierno de una ciudad asfixiante, donde se tiene que vivir con el machete siempre preparado, a la tierra prometida. El trayecto que emprende Los reyes del mundo acompañando a un grupo de chavales marginados que sobreviven en las calles de Medellín es uno de estos recorridos de iniciación de los que cuesta desprenderse, lleno de furia y belleza, de horror y tristeza. Reconocida con la Concha de Oro del último Festival de San Sebastián, la película es, como muchas colombianas recientes, una historia de muertos vivientes y de cadáveres en vida.

Los reyes del mundo pone en escena la herida todavía abierta causada por el desplazamiento de miles de familias indígenas de sus tierras debido al conflicto armado, a partir de un relato grupal en clave de coming of age. Rá (Carlos Andrés Castañeda) ha recibido una carta del gobierno en la que se le notifica que se tiene que presentar en la región del Bajo Cauca de Antioquia para reclamar la tierra que perteneció a su abuela, ocupada durante años por los paramilitares, y decide ir hacia la provincia con sus amigos, su pequeña familia de desposeídos, con quien quizás podrá rehacer la vida en este territorio paradisíaco.

Huelga decir que la película pivota alrededor de la magnífica interpretación de este elenco de jóvenes actores no profesionales, pero sí que se tiene que subrayar el trabajo de la directora Laura Mora a la hora de modular el simbolismo de su historia, con imágenes muy intuitivas y de una fuerza inaudita. Sea filmándolos en bicicleta dejándose arrastrar por la pendiente de los cerros o enmarcándolos en el cariz del abismo de la selva colombiana, el film se interroga y explora las maneras de representar a una generación de jóvenes abocada al no future, que opta por el trágico rol de víctima para no convertirse en monstruo.