La vergüenza y el miedo han cambiado de bando

Es difícil ser mujer. Las noticias sobre violencia de género que se acumulan parecen no tener fin. En esta columna intento mirármelo todo desde el sentido del humor, pero estos días es difícil. Los grupos de mujeres donde estoy están desquiciados. Por las noticias y porque el mundo masculino no se detiene para unirse a las mujeres y hacernos saber de forma clara y nítida que están a nuestro lado.

El caso de Dominique Pelicot, el hombre que durante once años invitó a un montón de hombres para que violaran a su esposa, que él sedaba noche tras noche, nos ha traspasado el alma como un rayo. Hay 92 violaciones demostradas y se ha identificado a 52 violadores. Sólo tres pidieron perdón. Y se sabe que tres hombres declinaron participar, pero callaron (iba a decir cómo putas y no, callaron como cabrones).

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Es difícil ser mujer y es incómodo ser hombre. Ya no se puede rehuir la respuesta y lo que se responde no siempre es lo mejor. Pero es un retrato de dónde estamos y no es el lugar donde deberíamos ser si nos tenemos por una sociedad democrática y superguay. Muchos hombres se sienten atacados al hablar de cultura de la violación. O cuando a partir de una pregunta que se hizo en las redes sobre si las mujeres preferiríamos cruzarnos en un bosque solitario con un oso o con un hombre, masivamente contestamos que con un oso.

AX encontré un gráfico brillante (siento no haber apuntado la autoría) que apuntaba a que los hombres creen que la mayoría de sus congéneres son buena gente y sólo una minoría son locos malvados. Mientras que las mujeres percibimos y sufrimos una realidad muy diferente: una parte de hombres decentes que intervendrían, otros bien intencionados que subestiman el alcance del problema real, después vendrían los hombres que piensan que ciertas mujeres se lo han buscado y lo merecen (pero no son agresores), después los hombres que pasivamente disfrutan, consumen y promueven agresiones sexuales, después los agresores sexuales y finalmente una minoría de monstruos tan crueles que no podemos ni imaginar. La brecha entre cómo vivimos el mundo las mujeres y los hombres es demasiado grande. Pero me resisto a resignarme. El trabajo para aniquilar esta brecha lo considero LA TRABAJO. Un trabajo que pasa por la sensibilización de tantos hombres que admiten el problema pero piensan que pasa a otras mujeres, no a las que tienen cerca.

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Como mujer pido que haya un acto de solidaridad en lugar de un “yo no lo hago”. Mojarse. Estar al lado en lugar de defenderse de un supuesto ataque. Y aplaudir ante la valentía de gestos tan rotundos como el de Gisèle Pelicot, quien ha afirmado que la vergüenza ha cambiado de bando y ha pedido un juicio abierto para que sepamos nombres y apellidos de los agresores. Y lo mismo ha hecho la cómica Ane Lindane poniendo el foco en su acosador digital, afirmando con orgullo que el miedo también ha cambiado de bando. Que sean ellos, los agresores y los que pasivamente lo permiten (no hacer nada es hacer, y mucho), los que se caigan en los calzoncillos. Las admiro y ellas son la luz, el humor y el amor en medio del desastre.