Voz distorsionada, espectáculo garantizado
La decadencia absoluta de Telecinco se está confirmando todos los días en TardeAR, el programa de Ana Rosa que sustituye al Sálvame. Noticias de sucesos cada vez más sórdidos y esperpénticos. El último espectáculo lastimoso, el de Xavier Sardà con una cinta métrica en la mano analizando si el tamaño del pene importa. Qué tema tan moderno, original e innovador amenizado por la gran estrella mediática. Viejas glorias televisivas recicladas en torno a una mesa exprimiendo basura. Ni Telecinco podía aspirar a más, ni Xavier Sardà a menos.
Una de las nuevas obsesiones de Ana Rosa en el amplio abanico de casos de violencia sexual es el caso de un cura de Málaga que drogaba y violaba a feligresas y lo grababa con el móvil. La mujer que lo denunció mantenía una relación con el Padre Fran y está en pleno shock emocional. Fue ella quien halló las imágenes. Todas las cadenas de televisión que han querido convertir este caso en material recreativo buscan ahora a la denunciante para que hable ante sus micrófonos. El martes Ana Rosa defendió a la mujer, y ella accedió a salir de casa para hablar con la reportera del programa que la estaba esperando en la puerta. Le pidió que no la molestaran más porque no podía salir de casa ni hacer vida normal. La mujer lloraba y sollozaba cuando hablaba. No la enseñaban físicamente, solo mostraban sus piernas, pero su estado de consternación era evidente. Gemía cuando se intentaba explicar y parecía desconsolada. Pero la entrevista fue concedida en directo y con su voz real. Al día siguiente, Ana Rosa Quintana reemitió las imágenes de la entrevista, pero, de forma sorprendente, le habían distorsionado la voz. Era una voz muy grave, metálica, que daba mucho miedo. Una voz siniestra que contrastaba con la emisión del día anterior, donde se oía una voz real, femenina, más bien aguda.
La mujer había aceptado hablar el día antes delante del micrófono sin ninguna modificación del audio. No había, por tanto, ningún motivo legal para distorsionar el sonido al día siguiente. Pero esa voz terrorífica que le habían añadido se convertía en una especie de reclamo. Aquel sonido grave y tecnológico era tan perturbador que llamaba la atención de cualquier persona que estuviera cerca de la televisión e incrementaba el morbo de la noticia. El día anterior, la propia mujer hizo declaraciones a Canal Sur, en el programa de Toñi Moreno, para insistir en que la dejaran en paz. Y también distorsionaron la voz de la víctima hasta convertirla en un sonido siniestro y estremecedor.
Para distorsionar una voz no es necesario manipular el sonido a unos niveles tan tremebundos, donde la persona que habla se transforma en una especie de bestia de garganta profunda y vocalización pesada. Pero esta deformación del audio convierte la escena televisiva en espantosa, haciendo más sórdida la historia.
La violencia mediática se expresa de muchas formas. También estigmatizando a las víctimas, deshumanizándolas y convirtiéndolas en monstruos en vez de recordar que, detrás de aquella voz, hay una persona que sufre.