100 años mirando la tele

Una televisión antigua.
26/12/2025
Director adjunto en el ARA
3 min

El 26 de enero de hace un siglo, John Logie Baird, ingeniero escocés, realizó en Londres, ante los miembros de la Royal Institution, la primera demostración pública de televisión. Él mismo había construido el aparato a partir de un invento previo, el disco de Nipkow, creado en 1884 por el alemán Paul Nipkow. En el Museo de la Ciencia de Londres puede verse una reproducción del aparato de John Logie Baird. Tenía poca definición y la imagen era pequeña, no mucho mayor que la de una pantalla de móvil actual. En cuanto al tamaño, de alguna forma, hemos vuelto a los inicios.

Mientras en Londres ocurría esto, ese mismo 1926 Francesc Macià ultimaba desde Vil·la Denise, en Prats de Molló, una invasión para liberar a Catalunya de la dictadura de Primo de Rivera y declararla independiente. Quedó en tentativa frustrada: todos detenidos. Cinco años después, convertido ya en presidente, el mítico Avi Macià, gran aficionado al cine, impulsaría la puesta en marcha de una televisión catalana, un proyecto de Ràdio Associació de Catalunya (RAC).

Mort Macià, en medio de las convulsiones de la Segunda República, el proyecto fue haciendo camino y en 1936 Tomàs Roig i Llop (padre de la futura escritora y periodista Montserrat Roig, que a finales de los años 70 haría el programa Personajes de entrevistas en catalán a TV2) viajó a Berlín para comprar una potente emisora ​​de televisión en la empresa Telefunken. Junto a Inglaterra (BBC) y EEUU (con la CBS y la NBC), Alemania nazi había sido uno de los países pioneros a la hora de impulsar las emisiones de televisión. La Guerra Civil Española frustró definitivamente la televisión pública catalana que había soñado con Macià.

La humanidad lleva un siglo mirando la televisión. En los países más avanzados de Occidente, al menos tres generaciones lo han vivido desde pequeñas. En nuestro caso, dos generaciones. El televisor está perfectamente integrado en nuestras vidas, nos ocupa muchas horas de ocio, nos abre las puertas a ficciones y no ficciones audiovisuales de todo tipo. Somos seres que vivimos cada vez más a través de la pantalla pequeña. Con los móviles, la televisión propiamente dicha ha perdido protagonismo pero no su esencia: imágenes visuales en movimiento y con sonido, retransmitidas a tiempo real o no.

¿Cómo era el mundo sin pantallas? He vuelto a ver en La Perla 29 –había disfrutado ya hace años– la divertida obra teatral Natale en Casa Cupiello, escrita por el napolitano Eduardo De Filippo a finales de los años 20. En Nápoles, claro, la televisión tampoco había llegado. ¿Qué hacía la gente para distraerse? Pues cantaban, hacían teatro, en Navidad hacían el pesebre, hacían tertulias de sobremesa... Hacían, hacían, hacían. Y escuchaban. La radio sí había entrado en las casas. Ahora miramos, miramos, miramos. Charlamos menos. Nos relacionamos virtualmente a través de las pantallas. Habrá quien pasará la Navidad enganchada al móvil.

Quizás todo esto que digo es sólo nostalgia. Y en todo caso no hay vuelta atrás. Los abuelos y bisabuelos, como Macià, ya conocían el cine, claro, y también iban. La magia de las imágenes en movimiento había empezado a masificarse. Pero no había entrado en las casas. Ahora la llevamos en los bolsillos, adherida como una segunda piel. En las cuevas prehistóricas, nuestros ancestros dibujaban figuras de cacería que, vistas a la luz de unas llamas estantisas, podían crear el espejismo del movimiento: en las cuevas de Lascaux se puede apreciar esta magia.

Pero el gran cambio empezó hace 100 años. No es tanto tiempo. La revolución industrial vino de la mano de una aceleración tecnológica que no se ha detenido. La comunicación de masas es hija. Hoy cualquier persona, si es hábil, puede conectar con cientos de miles de desconocidos a través de las redes sociales y la pantalla del móvil. No hace falta que sea muy original en sus contenidos. Puede mentir y nadie se lo prohibirá. Incluso puede defender un imposible y absurdo regreso a un supuesto pasado identitario idílico, como hacen los populismos de ultraderecha. Pero el pasado virginal (¿sin pantallas?) no volverá. Si acaso, podría devolver la barbarie: porque una cosa es el progreso técnico y otra el moral. La televisión de hace un siglo se ha hecho grande y pequeña a la vez. Nos ha hecho grandes y pequeños a la vez.

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