12-M: cinco apuntes distantes

1. En determinadas circunstancias, como cuando hay mayorías claras y reina una u otra forma de bipartidismo, gana las elecciones quien obtiene más votos. En caliente, siempre aflora alguna pataleta porque los candidatos van acelerados a lo largo de un par de semanas y les cuesta reaccionar, pero la cosa dura poco. En cambio, cuando no hay mayorías claras la pataleta puede prolongarse a lo largo de toda una legislatura y ser contradictoriamente coral. En un sistema como el nuestro, no gana quien ha obtenido más votos, sino quien es capaz de configurar una mayoría parlamentaria, independientemente de si es estrambótica a nivel ideológico y/o absurda desde una perspectiva estratégica. Estas cosas suelen resolverse en el último minuto, y por lo general de manera brusca y azarosa. No hay ni una sola encuesta seria que el próximo domingo otorgue una mayoría ya no digo absoluta, sino simplemente clarita. Esto significa que el gran éxito musical del verano será la cancioncilla de siempre, interpretada por un coro desafinado de varias voces. Si no hay suficiente volumen, el infraperiodismo por un lado o por el otro pondrá la percusión y los metales. A mucha gente le gusta ese ruido. Sobre gustos...

2. Cuando hace un tiempo se hablaba de "la mayoría" se hacía referencia, en realidad, a las clases medias entendidas en un sentido amplio. Hoy, la clase media tal y como se visualizaba hace solo una generación es ya minoritaria. Aunque la ilusión ambiental del low cost parezca indicar lo contrario, la precariedad de los salarios en el seno de las generaciones más jóvenes ya no permite utilizar de manera seria este concepto. En circunstancias normales, las clases medias clásicas tenían una especie de instinto para oler qué les convenía y qué no. Las clases medias paródicas de la actualidad, las del mundo low cost, son más difíciles de prever en la medida en que sus intereses ya no tienen nada que ver con cosas como el ahorro, por ejemplo, que era un referente clave de las clases medias reales. En esta campaña, ¿quién ha hablado con profundidad –no tangencialmente– de un tema como este? (La pregunta es retórica, por supuesto.)

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3. En el seno de un sistema más o menos bipartidista, el voto reactivo suele ser escaso y tiene un recorrido efímero (recordemos el caso grotesco, pero anecdótico, de los tres diputados que obtuvo Ruiz Mateos en unas europeas). En un contexto tan atomizado como el nuestro, el voto reactivo forma parte de la normalidad y complica cualquier análisis en clave ideológica o nacional. Tanto si deriva de la candidez como de la estulticia, muchos políticos pueden acabar creyéndose que los han votado porque el personal comparte su programa, y no porque quieren castigar a este o ese otro por las razones que sea. Si observamos las previsiones atribuidas a determinadas fuerzas emergentes (al menos según las encuestas actuales), el voto reactivo no será insignificante. Conviene recordar, en todo caso, que la mera reacción puede volverse proactiva en un santiamén. Si alguien lo duda, que observe, entre otros muchos, el caso argentino.

4. Las redes sociales, así como el consumo acrítico de determinados medios, conducen a extraños espejismos derivados de la autorreferencialidad. La semana pasada presencié cómo una persona discutía acaloradamente la fiabilidad de las encuestas que no otorgaban ningún diputado a la formación que tenía previsto votar. En un tono que por el contexto me pareció sobreactuado, e incluso impertinente, blandió su móvil como quien muestra una prueba en un juicio y dijo: "¿¡Pero no lo veis!?". No vi la pantallita, pero me imagino que mostraba a su grupito de amigos aclamando de forma unánime una determinada opción. Pura autorreferencialidad. El efecto global que se deriva no es inocuo: es muy probable, por no decir seguro, que en otras circunstancias comunicativas esta persona no desperdiciaría su voto en aventuras que acabarán siendo extraparlamentarias.

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5. Ya sé que cuesta decirlo, pero estas elecciones son más bien irrelevantes. El pescado ya está vendido: se subastó hace siete años. Ahora era el momento de replantear seriamente determinadas estrategias que no han llevado a ninguna parte, tanto por parte del independentismo como del españolismo, pero nadie se ha atrevido a hacerlo para evitar crucifixiones en las redes sociales. Imagino que el índice de abstencionismo será superior al de otras elecciones recientes. Me refiero al abstencionismo activo y consciente, no a los que les da igual todo. La situación tiene un componente triste de prórroga y penaltis que no resulta demasiado convincente ni estimulante, porque no resolverá nada en ningún sentido.